En los bosques de la Reserva integral de Ukerdi
Las nieblas abrazaban con
aparente desafecto el Valle del Roncal
hasta superar con creces la población de Isaba,
el ambiente se percibía en aparente quietud, sumido en un inexpresivo misterio
que generaba ansiedad y te obligaba a conducir alerta, no obstante, confiábamos
que tras la brusca ascensión que posibilitaba las sucesivas curvas cerradas en
apenas tres kilómetros, disipase las nieblas, permitiese al sol lametear el paisaje
y pudiésemos así disfrutar de las esplendidas panorámicas de brillos húmedos
del Valle de Belagua… Y fue como lo
habíamos previstos. Genial.
Cercanos ya a la frontera gala, dejamos el coche en el aparcamiento
del Refugio de Ángel Olerón, desaliñado por permanecer cerrado mas espectacular
por su enclave; descendimos por los llanos de Eskilzarra hacia las Picarras
de Sanchogarde, sugestiva puerta de entrada a un hayedo cautivador; giramos
a la derecha en dirección al Paso de
Zemeto y, al poco tiempo de entrar en el bosque, tomamos otra senda
señalizada hacia la izquierda…
Apenas un centenar de metros
después, siente “el viajero” que el gran hito,
que indicaba el comienzo de la vereda, señalaba algo más que la división
del sendero y piensa en los cairn, pequeños cúmulos de piedras amontonadas que
encuentras en las montañas irlandesas, tibetanas,… o mongolas, que pretenden
informar al caminante de su tránsito por un espacio ancestral, impregnado de
fuerzas naturales y proclive a las leyendas y el misterio…
El hayedo, desnudo ya de los
oropeles otoñales, muestra ya los torsos desnudos de sus marciales componentes:
desde las hayas veteranas de tronqueras robustas y anquilosadas, a las bisoñas
de dúctil talle de una palma. Todas forman parte de este ejército enramado y
uniformado con musgos y líquenes. Caminábamos con los pies ocultos bajo la
hojarasca, el ruido de nuestro deambular era fagocitado de inmediato por el
silencio que reinaba, incluso resultaba difícil hablar, deseabas escuchar el
ritmo vital del bosque y nada llega a tus oídos, solo el ruido sordo y fugaz de
tus propios pasos…
Un suave toque en la espalda del
acompañante le hace parar, le señala hacia la derecha del laberinto boscoso, un
sonido novedoso se escucha en la oculta cercanía… “el viajero” escucha absorto,…
diría que una pareja de “txalapartaris”
emboscados hacen sonar de manera intermitente su percutida música de troncos…
No, solo había un intérprete… Tenía que ser un urogallo (Tetrao urogallus),
es la primera vez que lo escuchan y “el viajero” hace reverencias a su
acompañante… Solo por esta breve audición del escaso “gallo del bosque” hubiera
merecido la pena perderse en este apabullante hayedo…
Se detienen ahora ante la vieja
haya abatida por el tiempo, madera yerta colonizada por hongos yesqueros (Poliporus
formentarius)… ¿Cómo no ver allí una comunidad habitada por duendes? o imaginar
en este bosque sin aparente final a un pariente del “Hombre del hielo” que hace 5.000 años utilizaba trozos de este
hongo para iniciar sus hogueras…
Subimos y
bajamos de manera reiterada, hasta casi el agobio, suaves barrancos sin salir del bosque, con
frecuencia intuíamos tras el próximo cerro el final del mismo,... y solo era una
loma más emboscada…
Cuando por fin, después de unas fantásticas horas por el
hayedo, nos acercamos al Collado del
Puntal de la Cruz el paisaje cambió por completo, contemplábamos ahora un
tapiz tejido con praderas, grupos de hayas desnudas, lapiaces calizos, pinos
silvestres o negros, con el acuchillado cordal del Ukerdi de fondo y a sus pies el corazón boscoso.
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