lunes, 27 de agosto de 2018

Turquesas que derrochan vitalidad






Un mochuelo, dos jabalíes, una pareja de zorros, un alcaudón común, diferentes grupos de abejarucos, aviones zapadores, oropéndolas emparejadas y grupos familiares, carriceros tordales y comunes, ruiseñores comunes y bastardos, hasta en tres ocasiones a los martín pescador,  mirlos y zorzales, además de jilgueros, verdecillos, verderones y  pardillos,… es la avifauna que pude observar entre el amanecer y las diez de la bochornosa mañana de finales de julio, en las proximidades y en la ribera del Gállego, un kilómetro río arriba desde el puente de Marraco. 




Sus aguas turquesa, como la joya, responden traslucidas al abrazo que les dan las diferentes luces proyectadas en ellas por el sol, y según los obstáculos que esta encuentra en su trayectoria, ofreciendo así los más bellos matices del mentado azul. Alhajas de agua que, vistas desde las alturas, semejan un rosario de cuentas irregulares, distribuidas de manera desigual a lo largo de este tramo del Gállego, turquesas engarzadas por la corriente del río, evidente en algunos trechos del mismo para ocultarse en la siguiente tirada. Semejan gemas incrustadas en repujadas orfebrerías de carrizos, aneas, árboles y arbustos propios de los sotos fluviales o sobresalientes arcillas labradas.




Maltratado desde su nacimiento cerca del Puerto del Portalet a más de dos mil metros de altura, el  Río Gállego, el que viene de las Gallias, ve modificado su cauce por instalaciones hosteleras o pistas de esquí; refrenadas sus energías de juventud con el represado de ibones, como Respumoso o Brachimaña, en sus cuencas cabeceras; domesticado a lo largo de sus  doscientos kilómetros holgados de recorrido mediante pantanos, hablamos de Bubal o Lanuza, que contienen  sus avenidas o arrebatos  y los transforman en la energía  que las sociedades de consumo insostenible demandamos… Por si fuera poco lo que se le había hecho al río hasta Sabiñánigo, un vertido incontrolado de lindano contaminó, allá por los años 60-70, una parte de su territorio y aguas,… valorado sin importancia en su momento, incluso desmentido por las autoridades oportunas, y todavía sin resolver de forma satisfactoria y segura a día de hoy. A partir del embalse de La Peña, descarado, retoma su bravura y se muestra asilvestrado bajo los imponentes Mayos de Riglos,… será por ello que cerca, en la Presa de Ardisa, le vuelven a cortar los bríos, abusan de su generosidad y le roban una parte sustancial de su caudal que, canalizado, dará vida al “mar interior” de la Hoya de Huesca, el Embalse de la Sotonera, espacio húmedo de gran valor paisajístico y ornitológico, y reserva de agua que permite mitigar la insaciable sed de los Monegros…




Pues bien, a pesar de los continuados agravios que se le infringen, el Río Gállego mantendrá su  rica diversidad natural, no ya su bravura, y nos brindará todavía, hasta llegar al Ebro, paisajes tan valiosos como estas “turquesas que derrochan vitalidad” que puedes encontrar próximas a la población de Marraco… Allí camuflado, que no escondido, entre los carrizos y cubierta la espalda por un álamo joven, junto a la orilla de una de esas turquesas de agua, he disfrutado uno de esos momentos mágicos, veinte segundos, que nos compensan a los amantes de la “natura” las muchas horas frustradas en la búsqueda de  encuentros y momentos singulares con sus habitantes: era el tercer martín pescador (alcedo atthis) que veía fugazmente aquella mañana, venia de la orilla contraria,… detuvo su vuelo y se mantenía quieto en el aire con el cernido de alas (oteaba bajo la superficie turquesa el posible movimiento del lomo plateado de las madrillas), durante cinco segundos y a cinco metros de donde me encontraba,… no se decidió a lanzar su picado pescador, retomó su vuelo nervioso a ras de agua para aferrarse al tallo de un carrizo móvil, sereno durante quince segundos a tres metros de mi figura,… yo inmóvil, perplejo, me sentía afortunado,… con vuelo raseado desapareció de mi vista…




De vuelta a casa, a las diez de la mañana, detallaba lo que había visto a Mario, sobrino de cuatro años que se entusiasma cuando hablas con él de animales y los reconoce al verlos en libros y documentales… y le prometo que cuando tenga nueve años iremos al encuentro con la nutria en alguna de las “turquesas que derrochan vitalidad”.