sábado, 15 de febrero de 2014

La Ermita de la Rosa nombra el paisaje




Hacía años que no subíamos a este oteadero propio de las rapaces del roquedal, la ermita, que permanece oculta a los ojos indiscretos en el rellano de la Peña de la Rosa, se me antoja vigilante, o quizás cotilla, del discurrir vital de la Sonsierra (calificadla si queréis, pues no entraré yo en el absurdo debate de territorios…). Tiempos atrás, su elegante y dulce virgen titular, desde el siglo XIV, reunía en su entorno a fervientes, y seguro que necesitados de fiesta, romeros  de las poblaciones de Samaniego, Peciña, Ribas de Tereso, Baños de Ebro, Villabuena y por supuesto Ábalos,  que en la actualidad son los incondicionales cuando llega el 8 de Septiembre.


Recorre el caminante, esta vez en compañía, las calles pasmadas, solitarias, de Ábalos y salen  en dirección norte, enfrentados a la enharinada con desgana Sierra de Cantabria, por la Calle Virgen de la Rosa. Pasan cerca de algunas bodegas que mantienen las líneas arquitectónicas que predominan en el casco urbano, remozado y conservado, edificaciones de los siglos XVII al XIX, no obstante, observan que algunas se han atrevido con proyectos innovadores y rompedores. Van dejando atrás varias balsas para retener y reconducir las aguas provenientes del hontanar que llaman el Hondo, vaguada pantanosa tapizada con densos herbazales, juncos y zarzas, por las numerosas acequias que murmuran chismosas a su paso, a la vez que irrigan algunas viviendas de ocio ajardinadas o con huertas que ladran desconfiadas, o fincas de avellanos y nogales. Han superado unos doscientos metros de desnivel desde que abandonaron la población y el sol, anunciado por las previsiones, no evita el suelo carrascudo, helado, en estas primeras horas de la mañana… No es un camino entre viñas, algunas a la salida de Ábalos, están  a 810 m. de altitud en la Fuente de la Rosa, en ella puedes mitigar tu sed en días de calor, aunque no descarta el viajero que los cambios en el clima, cada vez más evidentes y tozudos, permitan ver estas laderas, abancaladas tiempos atrás para el cultivo de cereal y ahora salpicadas de enebros, gayubas y aulagas, replantadas de cepas,… pero no corran que van cuesta arriba. La pista espaciosa que recorrían se transforma ahora en una senda que asciende con rapidez y se abre paso a través de una galería cubierta entre ejemplares arbóreos de boj, encinas de pequeño porte y un suelo con rocas y tronqueras a los que han crecido profusas barbas musgosas, que se han tornado canas en la noche allí donde se abren reducidos claros boscosos…



Han recorrido motivados los 3 kilómetros y salvado los 350 metros de desnivel que separan las ruinas de la Ermita de la Virgen de la Rosa del pueblo y debe rendirse el viajero, una vez más,  a la evidencia: importa muy poco el “Patrimonio menor”, el que relata hechos y cuenta leyendas que fueron importantes para la gente de a pie, la que labra las historias del territorio, la que modela los paisajes… No esperaba, ni deseaba, una recuperación de la ermita, pues  también es su historia el incendio que provoca en ella el General Zurbano durante las Guerras Carlistas, pero estaba convencido que los restos de la misma iban a estar consolidados, limpio de sus escombros y estudiado el espacio, despejado de algunos árboles que impiden disfrutar  los pocos detalles que quedan, en su fachada principal apenas dejan ver el arco que llaman carpanel, la hornacina que acogía la imagen titular (hoy encontramos bajo ella una pequeña imagen de la Virgen de la Rosa que algún enamorado del lugar ha pegado con cemento cola,… que se puede esperar ante la desidia de quien debiera de preocuparse) o los tres óculos que permiten datarla en el siglo XVIII. 



No argumenten crisis, necesidades prioritarias y urgentes,… ni argucias parecidas, el viajero ya no les puede creer. Si “…se ataban los perros con longanizas” y se gastaba en obras de escaparate, se le podía haber prestado a este rincón un poco de atención, que no muchos euros, para evitar el avance de la ruina (…ahora debería de tener su hueco en los “Paisajes de vino”). Refunfuñando y mascullando sus desazones se acercan hasta el privilegiado mirador de la Peña de la Rosa, delante de la ermita. Reconcilia con el mundo el panorama que contemplan, es difícil de describir (debes subir a disfrutarlo…): de fondo Urbión, San Lorenzo y el San Millán, además de las cimas que los  rondan, una cresta que se muestra hoy altiva con su manto regio de armiño; un plano central muy abierto, con un sinfín de lomas y poblaciones que descienden de la sierra al encuentro con las serpenteadas caricias del Ebro, en su feudo, el valle ajedrezado, domesticado por siglos de fecunda simbiosis entre las manos esforzadas y emprendedoras de agricultores, bodegueros y comerciantes y los naturales y caprichosos condicionantes fluviales que impone el “Gran Río Riojano”. Nunca defrauda llegar a la Ermita de la Virgen de la Rosa y  su mirador en la Peña… de la Rosa.




El “cierzo calado” les hace abandonar aquel rincón privilegiado para acercarse, un poco más arriba, a una nevera que recordaban y, visto lo visto en la ermita, suponían lo que iban a encontrarse: se intuía todavía el perímetro de la misma pero las paredes habían desaparecido tras una tupida cortina de hiedras y era imposible precisar donde se localizaba el fondo pues una selva vegetal crecía en el interior de la supuesta estructura cilíndrica… 





La compañía impidió con elegancia que el caminante incidiese en sus devaneos y prosiguen la senda que ascendía exigente a través de pinos, robles quejigos y el boj que llena el bosque bajo. Sin parar de subir han vuelto al camino soleado aunque el suelo continúa resbaladizo, brillante y helado, la ligera nevada nocturna solo resiste de forma testimonial en algunos espacios en sombra. No ha transcurrido media hora desde que abandonaron el conjunto de ruinas  y están ya asomados en un resalte rocoso del Puerto de la Rosa, no era difícil suponer como le llamarían, a 1.100m. de altitud disfrutan de un panorama sobre el Valle del Ebro y la Sierra de la Demanda tan sugestivo como el visualizado desde la Peña de la Rosa, mas ahora las paredes que se sostienen de la Ermita de la Virgen de la Rosa están a sus pies y a sus espaldas, en las laderas norte del puerto… Lo dejamos para otra columna.