domingo, 25 de octubre de 2015

Del Fyjafjallajökull a Peña Isasa





En Islandia, "el viajero", se ha sentido sobrecogido...






Hace casi tres meses que regresé de Islandia, y suele ocurrirme en algunos viajes, que una parte del entendimiento y la voluntad han regresado con bastante más retraso que las  26 horas que tardaron en llegar 8 de las nueve mochilas al aeropuerto de Rejkiavik. Al regreso de esta isla de dimensiones próximas a Andalucía, con la población de La Rioja y que roza el Círculo Polar, mi mente se empeñó en seguir de tránsito por las sendas que recorren el inimaginable trekking entre Posmork y Landmannalaugar o por la interminable Ring Road, a 90 km/h, y ansiosa por parar en la infinidad de rincones que le cautivaban.




 El pensamiento ha permanecido aferrado a las lavas multiformes y a los multicolores hielos glaciares; se ha negado a abandonar el retoce en las idílicas praderas festoneadas de angélicas y otras mil flores más, guardadas por una granja solitaria a los pies de un abrupto cortado o  por una iglesia elemental, como las dibujadas y pintadas en su cuaderno por un chiquillo de primaria; sigue, boquiabierto, admirando las intimidantes cascadas de los precipitados ríos islandeses; recuenta perplejo, en los frecuentes rebaños, los salpicados tríos de ovejas o se imagina a lomos de los briosos caballos islandeses, semisalvajes…





 Y se siente apabullado, sin saber adónde mirar o dónde parar en este paraíso,… se mueve sigiloso para intentar sorprender a los esquivos elfos o descubrir el movimiento descuidado de algún trol camuflado en estos paisajes de ensueño que comparten con los islandeses… Y seguía el pensamiento sentado en uno de los recoletos miradores del moderno edificio Arpa, extasiado ante la visión de la humana, y por tanto controvertida, ciudad de Reikiavik.




Ahora cuando “el viajero” se ha reencontrado con sus paisajes humanos y naturales habituales, con su espíritu ya sosegado y enriquecido por los conocimientos o las vivencias acaecidas en este nuevo viaje a Ítaca, le vienen al pensamiento los versos de Cavafis y se reconoce en ellos:

Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los ciclopes,
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.





Vuelve de nuevo “el viajero” a sentir vértigo, sin generar ahora adrenalina, cuando trabaja las fotografías tomadas en esta isla llena de magia, instantes irrepetibles, detenidos, estampas de una naturaleza casi inalterada desde su génesis: serenas montañas de riolita que están en simbiosis con aguerridas y torturadas coladas de lava o acarameladas obsidianas; lenguas glaciares que duermen su gélida marcha milenaria, que sólo interrumpen sus desazonados sueños ante la irritada presencia de los fogosos volcanes, tanto en la inconsciencia juvenil de las intemporales tardes estivales, como las interminables esperas de los amaneceres en el invierno.




 Paisajes en permanente cambio, modelados por escultores tan dinámicos como el aire, el agua o el fuego, que muestran ahora su carácter efervescente y virulento, para luego mostrarse cariñosos y prolongar sus caricias hasta el infinito y, como afiladas gubias de artista mañoso, tallar los asombrosos detalles que los hacen únicos. Paisajes en los que los islandeses no pasan de ser un elemento más de la composición de los mismos, sin erigirse nunca protagonistas de los cambios…




Recuerda absorto “el viajero”, ante las fotografías, las apabullantes panorámicas contempladas camino del Fyjafjallajökull, aquel volcán impronunciable, de malos humos, que en el año 2010 provocó la suspensión de vuelos comerciales en media Europa. Qué calor desprendía su suelo de cenizas negras y escorias rojas, casi querían irritar los ojos y provocar las lágrimas las numerosas fumarolas y los aires sulfurosos saturaban la pituitaria y rascaban  la garganta. Bajo nuestros pies se encontraba sin duda el averno, allí, bajo los glaciares que dulcifican la energía acumulada, en aquel ambiente resultaba fácil creer que en las proximidades, en cualquier recóndito rincón, nos toparíamos con las puertas del infierno.




De inmediato, evoca aquella otra puerta del infierno que las leyendas de la región situaban en las inmediaciones de Peña Isasa, lugar entrañable para “el viajero”, no puede por menos que revivir tantas sensaciones como le han regalado estos paisajes… También cuentan aquí que el averno está bajo la montaña, y prueba de ello son las aguas con olor a azufre de la Pazana o Grávalos o las hirvientes de Arnedillo. Aunque su pensamiento se desliza ya por la superficie globular del manso glaciar que a media ladera se descuelga hasta las alamedas que escoltan al Río Cidacos, las copas de miles de almendros, cientos de almendreras que tiñen las faldas de Peña Isasa, tras la sobriedad invernal, de blanco merengado perfumadas con néctar meloso, al despertar la primavera, de esmeraldas durante el estío, para finalizar doradas en el otoño…





Y se siente bien “el viajero” de su regreso a los ríos y montañas por los que transita en su vida cotidiana, y hace suyas las palabras del Desconocido, personaje creado por Junichiro Tanizaki para la novela El cortador de cañas:

“No era un paisaje de belleza deslumbrante, ni un escenario grandioso con precipicios escarpados o rápidos que horadasen las peñas. Colinas suaves y una corriente mansa, bajo el velo delicado de la niebla vespertina: un escenario amable, refinado y sereno, como de pintura Yamato-e. Cada cual ve la naturaleza a su manera, y habrá quien piense que esa clase de paisaje no merece una mirada. A mí, por el contrario, son esos montes y ríos vulgares, ni majestuosos ni incomparables, los que me invitan a una dulce ensoñación y me dan ganas de quedarme para siempre. Un panorama así podrá no sorprender a los ojos ni arrebatar al espíritu, pero recibe al viajero con sonrisa de amigo.”




Reafirma “el viajero” con estas bellas palabras, la valoración que desde hace ya tiempo le merecen estos paisajes considerados menores, los disfrutamos tan cerca o incluso tenemos la suerte de desarrollar nuestro día a día inmersos en ellos, que podemos acabar por minimizar su interés y estos paisajes deben gozar de nuestro respeto y protección tanto como aquellos que le han sobrecogido en Islandia… y con este firme compromiso con los Paisajes en minúsculas comienza a pensar en su nuevo viaje a Ítaca.