lunes, 28 de noviembre de 2016

Viñedos bajo la montaña






Era una mañana luminosa, a las once todavía permanecía visible la ya menguada “gran luna” de este mes de noviembre, la más brillante desde el año 1948. En las laderas que descendían del San Lorenzo hacia el Valle del Río Cárdenas solo quedaban rescoldos candentes en los bosques abrasados por las hogueras de color que propicia el otoño. La combustión de carotenos y antocianinas, por contra, proseguía en pleno apogeo, con virulencia inclusive, en viñedos y alamedas, hasta tal punto que este tramo, soleado hoy, entre Cárdenas y Badarán resulta un paisaje de tonos encendidos difícil de olvidar.

 


 


En la vega, huertas, frutales, choperas y baldíos conforman un fértil mosaico bizantino salpicado, lamentablemente,  por elementos constructivos que le restan vistosidad al espacio (naves industriales, agrícolas y ganaderas medianas y algunas casetas de campo). A ambos márgenes, varios caminos permiten subir a la terraza donde avistamos parcelas de cereal y las viñas, cientos de plantaciones, miles de cepas alineadas, en perfecta  formación miran al San Lorenzo o al León Dormido, enfiladas hacia Badarán o Cárdenas, en “espaldera” o “baso”… Estas ante un bello tapiz parcelado, tejido con sarmientos con hojas tintadas por la riqueza mineral de la tierra o según las variedades de vid: tempranillo, garnacha, mazuelo o graciano,… viura, malvasía o maturana… Y sobre todo,  han logrado esta fantasiosa obra de arte las sabias manos de los agricultores de este territorio bajo la montaña. 

 


Las lomas se suceden, se entretejen con las pequeñas hondonadas, y dan como resultado una trama paisajística serena, acogedora, que invita al paseo sosegado, aunque ahora dejes que el pensamiento busque, como la liebre encamada en el abrigo de la viña, protegerse del cierzo, que busca la cumbre del San Lorenzo para vestirlas de invierno. Mas  cuando escuchas el canto de reunión de las perdices, un pequeño bando que se dispersó, por mi llegada al cerro de los almendros abandonados, entre asustado y sorprendido de no escuchar disparos después de alzar el vuelo,  vuelves a sentir deseos de dejar correr la mirada por tan hermosa campiña, de extasiarte con el panorama y comienzas también a escuchar las añoranzas que suscita el paisaje del vino y te entran ganas de reclamar a ciudadanos y gestores del territorio  que no se dilapiden sus valores por un afán desmedido de productividad (cuando da grima ver miles de racimos arrojados a pie de las cepa o sin vendimiar en los sarmientos)…

 

 

 

Racionalizar la explotación del territorio y hacerlo de manera sostenible y creativa es  la única forma de que este espacio perdure en el tiempo con toda su belleza mantenida y potenciada: es necesario que las viñas viejas se mantengan, que plantaciones atrevidas se aventuren más arriba, bajo la montaña, el “cambio climático” (ese que Donald Trump parece ignorar…) las pondrá en valor con el tiempo, y nuevas variedades de vid aporten diversidad y permitan originales creaciones enológicas…

 

 

 Y todo ello  debe enmarcarse en un paisaje cada vez más bello que huya de la homogeneidad y el monocultivo: donde se conserven los ribazos y terrazas, se poden y acondicionen las adustas almendreras, realcen y mimen las construcciones que cuentan de manera excepcional las jugosas historias que encierra esta joya paisajística y eviten la proliferación de arquitecturas sin personalidad e imposibles de integrar en este espacio equilibrado.

 

 

Finalmente invito a una reflexión sobre la calidad urbanística, constructiva y visual de los municipios Cárdenas y Badarán, en el corazón de este sobresaliente paisaje vitivinícola, que deberían atraer la atención de los visitantes, como ocurre en regiones similares de Francia o Italia, con los beneficios culturales, sociales y económicos que conllevan, el añadido de encontrarse a un paso de los Monasterios de San Millán de la Cogolla, declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, y sin embargo no reciben viajeros... Algo habremos hecho mal. 

 


 

Tras callejear por sendos pueblos, no es difícil concluir que se han respetado muy poco los elementos de construcción y desarrollo urbano propios (como ha ocurrido en el 70%, si no más, de La Rioja,… y me atrevería a decir que de España), se concebía el progreso como una copia de las arquitecturas desarrollistas y especulativa de la mayor parte de ciudades españolas de  los años 70 y 80 del siglo pasado: muy bajo valor constructivo en materiales y formas, y nula preocupación por diseñar espacios urbanos que tuviesen en cuenta la calidad de vida de los ciudadanos… Con posterioridad se nota un intento  de cambiar el rumbo, sobre todo los años anteriores a la crisis que nos acogota, y se gastó dinero a carretadas, en infinidad de intervenciones sin criterio, y sí se mejoraron cosas,… pero el mal ocasionado con anterioridad era irreparable… Los pueblos habían perdido su personalidad.


 

Era solo una reflexión, con la que puedes estar o no de cuerdo,… pero si este fin de semana recorres estos “Viñedos bajo la montaña” por el laberinto de camino que los surcan, el San Lorenzo vestido de invierno y las cepas semidesnudas de otoño, te garantizo que guardaras este paisaje en tu “cofre”.