Han transcurridos algunos años de
los hechos descritos, como anoté al comienzo de la (1ª Parte), y ahora en mis
frecuentes paseos por este paisaje, compruebo que los cambios acontecidos han
sido muchos y de índole muy variado. Algunos, como la limitación de la
circulación por numerosas pistas, o las figuras legales con que se han
protegido algunos espacios de este singular territorio, han favorecido la
recuperación parcial de diferentes ecosistemas. También el refuerzo de la presa
de tierra que corta el curso natural de la Yasa de Ordoyo, ha permitido la
formación de una balsa estacional y facilitado la consolidación de un sistema
semipantanoso, frecuente antaño cuando las lluvias eran más generosas, ello ha permitido el regreso a la zona de especies
querenciosas de estos humedales y facilitado el acceso al agua de los
habitantes de los ecosistemas circundantes. Otros, por contra, sería discutible
valorar cual ha sido su aportación al desarrollo sostenible de Ordoyo y su
entorno:
¿Cómo valorar la extensa
plantación de viñedo, aproximadamente 100 hectáreas, entre la llanada central y
las lomas de la Sierra Gatún…?
Sin duda ha supuesto la pérdida
de terreno de encinar, monte bajo y, la mayor parte, tierras dedicadas al
cultivo de cereal. Sin embargo se ha introducido en el paisaje nuevas texturas
dada la singularidad de las plantaciones de viñedo, se ha enriquecido la paleta cromática del
mismo, añadiendo una gran variedad de tonos verdes, a los ya existentes,
durante la primavera y el verano y, aporta como novedad, pardos, rojos y
amarillos en el apagado paisaje otoñal.
Además supone, sin duda, una rica fuente de alimento y refugio para diferentes
especies de aves y mamíferos.
¿Cómo justificar la apabullante
instalación de aerogeneradores en los perfiles elevados que lo rodean…?
Primero fueron los molinos que
coronaron la línea de cumbres de la Sierra de Yerga, que por la novedad de
planteamiento, fue la primera instalación de este género en la Rioja, como
producción de energía alternativa a los
combustibles fósiles, pudo verse como un mal menor y la señalada herida en el
paisaje, como un tributo que se podía pagar en pos del mantenimiento de esta
sociedad de bienestar, abundancia, consumo y derroche, que tan orgullosamente
mantenemos. No quisimos escuchar las afirmaciones, exultantes de esperanza, de
Don Quijote:
… porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde
se descubren treinta, o poco más, desaforados gigantes, con quien pienso hacer
batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer, que esta es buena
guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de
la tierra.
_ ¿Qué gigantes? _ dijo Sancho Panza.
_ Aquellos que allí ves de los brazos
largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.
Y prestamos oídos a las sensatas palabras de
Sancho cuando aseguraba:
_ Mire vuestra merced que aquellos que allí se parecen no son
gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ello parecen brazos son las
aspas,…
Qué importancia podía tener si
soplaba el aire que por estas tierras llaman “navarrico” e incluso “bochorno”,
un distante murmullo, constante y repetitivo se adueñase de nuestro
pensamiento, como sin querer hacerlo…
A continuación, en
varias fases, fueron las lomas de la Sierra Gatún, prácticamente desde la misma
Peña, las que se poblaron de los estirados gigantes tribraquiales. Tenían doble
potencia y más altura que los anteriores, agitaban sus aspas a ritmo cansino y de manera casi
permanente. Y nosotros seguimos sin hacer caso al bienintencionado
Hidalgo cuando respondía a Sancho:
_
Bien parece que no estás cursado en
esto de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo, quítate de ahí, y
ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y
desigual batalla.
Perdimos la ocasión de enfrentarnos,
probablemente por miedo a entablar con ellos… fiera y desigual batalla, cuando todavía eran pocos e inexpertos,
ahora, los gigantes, prolíficos y muy productivos sobre todo para algunas
entidades financieras e industriales, dominan las alturas que rodean Ordoyo y
el Carrascal de Villarroya.
Cuando el viento se vuelve “cierzo”, hecho frecuente, aunque este se
muestre tímido o sin intenciones, arranca el movimiento braquial de los
gigantes alrededor de sus aflautados talles y comienza el ulular apagado de sus
monótonas voces. La canción no modula
cambios en su escala de tonos, ni siquiera para diferenciar si son diurnos o
nocturnos, su permanente estribillo acompaña, sin complejos, cada paso, cada
suspiro, cada sueño que transita o habita este territorio.
Y por si este panorama
audiovisual no era aún suficientemente inquietante, a finales de septiembre, de
hace un par de años, tuvo lugar un encuentro fortuito y muy clarificador.
Esperábamos junto a la balsa de Ordoyo el más que probable regreso de una
cigüeña negra, un ejemplar solitario, posiblemente en tránsito desde algún país
del noroeste europeo a los humedales africanos, que había encontrado en este
tranquilo rincón el lugar idóneo para descansar y alimentarse durante su
fatigoso viaje, que habíamos avistado la tarde anterior y esa mañana temprano.
Se juntó a nuestro pequeño grupo de espera, Orlando, otro pastor de paisajes, conocedor y amante de los mismos. Tuvimos un
intercambio de opiniones rico y ameno, hablamos de lo humano y lo divino en
referencia al desarrollo sostenible del conjunto de poblaciones y ecosistemas.
Destacare de la interesante conversación un tramo de la misma, no por su
singularidad o importancia respecto al resto sino por la referencia que hacía a
la proliferación de aerogeneradores en el entorno que compartíamos. Nos habló
de los rumores, de las medias verdades, de los posibles intereses, que en los
Mentideros de la Corte empezaban a escucharse acerca de la instalación de un
nuevo parque eólico, precisamente en las lomas situadas al sur de “La
Pellejera”, detrás de los cortados rocosos que han sido escenarios de parte de
esta narración. Sentimos un fuerte varapalo, como le ocurriera al dispuesto
caballero en el mencionado entuerto de los molinos:
… y
dándole una lanzada en el aspa, la volvía el viento con tanta furia, que hizo
la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando
muy maltrecho por el campo.
El anuncio de esa posibilidad
quebró nuestro ánimo, pues a pesar de todo, a lo largo de este tiempo, en cada
nueva observación o paseo, hemos tendido a ver signos de recuperación del
entorno natural, elementos de esperanza para la consecución de un desarrollo
sostenible y equilibrado de las comunidades humanas, animales y vegetales que
habitan en él. Parece ser que este proyecto quedó archivado en algún cajón y
espero que nadie lo rebusque…
A
pesar de todo no podía quedarme en el desánimo y los lamentos, era
necesario, como hiciera Don Quijote, mantenerse dispuesto a buscar nuevas
formas de enfrentarse a los gigantes, y como él, confiar en que… han de poder poco sus malas artes contra
la bondad de mi espada.
¿Cómo aceptar que en Ordoyo, ya,
no se escucha el silencio?
Que la singular Sonata para Silencio es difícil de
escuchar, a pesar de que el Solista
acude cada año a la cita, pero acompañado ahora del ulular apagado de los
gigantes tribraquiales que puede llegar a escucharse de forma casi
permanente en este espacio tan singular. Resulta inevitable pensar que
el auténtico valor de un paisaje no reside en la belleza del mismo, en su
singularidad o en la rica biodiversidad que en él se encierra, pues todo ello
no se dudara en sacrificarlo cuando intereses políticos o económicos así lo
requieran; revestido probablemente como una forma de progreso e incluso de
protección del medioambiente. Para empezar, era obligado contar esta historia.
Si además lograse que tus pasos
recorran estos caminos y sientas algunas de las sensaciones que he tratado de
trasmitir, entonces llegaras a querer estas tierras y nos encontraremos en
ellas para evitar que este paisaje pierda su valor… Ordoyo merece un hueco en
tu Cofre
para paisajes.