sábado, 21 de marzo de 2015

El cierzo huele a miel


Moncayo apadrina desde la lejanía la belleza de este paisaje




Son marionetas en las manos caprichosas de la meteorología, la floración de los almendros dependerá de todos y cada uno de los fenómenos que propician la climatología de un territorio: precipitaciones que han empapado los suelos estoicos de las plantaciones, hielos lacerantes, nieblas envolventes o vientos lisonjeros que encaran al árbol desnudo y acarician traicioneros sus ramas maduras, las generosas en yemas florales, y movilizan así la sabia aletargada en las entrañas de los almendros… Resulta difícil prever unos días de vacaciones que te permitan coincidir y asistir a este asombroso espectáculo que cada año se representa en el agraciado Valle del Cidacos y algunos otros parajes próximos a él. Por ello, al no poder concretar de antemano las fechas propicias para acudir al evento y disfrutar del mismo, la semana pasada ha sido para el “viajero” un sin vivir de idas y venidas para encontrar estas apoteosis paisajísticas, la culminación floral de miles de almendros.
Arboles austeros y sufridos donde los haya, se permiten durante quince días, de manera escalonada y desigual, un derroche tan grande de energía vital que dotan a este territorio de una belleza sin parangón. Así pues, acarreo trípodes, máquinas fotográficas, acompañantes entusiastas, y la mente y los sentidos alerta en un nuevo intento, un año más,… una vez más,… de revalorizar estos paisajes riojabajeños, con un interés humano, natural y potencialmente económico todavía sin reconocer…



El domingo de madrugada se acercó a las laderas arnedanas de Gatún, desde Valdelavía, desplegado el espléndido mosaico de almendreras, viñas y olivares entre Arnedo y Quel, y los Pirineos nevados en el horizonte, constató que habían perdido la flor los almendros cercanos a la ribera, mientras los que le rodeaban, con las yemas reventonas, permanecían sin abrir… Un par de días más tarde, con temperaturas altas de primavera, subió “el viajero” a la Fuente del Prado de nuevo a las laderas de Gatún, esta vez entre Quel y  Autol, y la floración de los almendros estaba ya de bajón, las hojas lanceoladas comenzaban a tornar verdes sus ramas pasteleadas todavía en blancos y rosas… El jueves, último día antes del cambio que restituiría a los paisajes las sensaciones invernales, se acercó al entorno de Prejano, pues también allí, en las faldas de Peña Isasa y Peña Almonte que se descuelgan hacía el Cidacos, abundan las plantaciones de almendros entre los centenarios olivares, panorámicas sugestivas que tenían como telón de fondo los cortados bermellones de Herce y Santa Eulalia. Otra vez llegó tarde para plasmar en imágenes la singular belleza de unos paisajes en los que habían confluido los numerosos campos floridos de almendros, las luces envolventes del atardecer y la calidez de los tonos carmesís de las areniscas,… solo quedaban retazos del paño florido tejido un par de días antes… le vino entonces a la cabeza el verso inicial de un poema de Antonio Machado (1) en el que manifiesta  sus desvelos en pos de la belleza…


                           “Siempre fugitiva y siempre
                            cerca de mí…”




Fue ya el sábado pasado, con el cierzo instalado en los paisajes, cuando decidió volver a tentar la suerte y regresó al rincón que él había bautizado como “luna de almendros” en el municipio de Grávalos, allí, la floración efímera y tan supeditada a la climatología de estos árboles, suele ser más tardía y esto le daba pie a la confianza… Era el último intento, hasta el año que viene, de perseguir la inusitada perfección que encierran estos paisajes, e intentar mostrarla a través de las bellas imágenes que trataba de componer y de la búsqueda  y conjunción de las palabras idóneas y estimulantes que los describan…
A pasado un año desde el paseo que “el viajero” hizo desde esta población a la ensoñada Peña Redonda (2), para descender luego cansados físicamente y embriagados de sensaciones, y buscar la relajación en el recién inaugurado Balneario de Grávalos.   Partió de nuevo, el sábado pasado, del Lavadero  de Fonsorda y su balsa vivaracha y recoleta en dirección al anunciado Mirador de los Almendros, un camino que discurre en sus comienzos entre pequeñas huertas y algunas viñas de reciente plantación, y que deja pronto entrever que los almendros ocuparán poco a poco las laderas aterrazadas y los terrenos más pobres e improductivos. Pasó “el viajero” junto a un vertedero y le resultó inverosímil su permanencia en el tiempo, pues parece este  recorrido  un paseo apropiado para vecinos y visitantes, para los usuarios de las instalaciones termales, y no entiende pues, que no se hayan acometido actuaciones para dignificar esta infraestructura que tanto afea el tránsito por este apetecible camino… Y más aún tan implicados como aparentemente se les siente al Ayuntamiento y al Gobierno de La Rioja en el devenir del Balneario, pues, dicho por ellos, debería ser este un poderoso acicate en la regeneración del tejido social y económico de la comarca.




No dejan indiferentes las vistas desde el Mirador de los Almendros a quién goza de la fortuna de llegar allí, esta balconada habilitada cerca de los Corrales de la Costeruela (Hace pocos años y ya descuidada y bastante deteriorada… Qué poco cuesta gastar el dinero de los contribuyentes,… y luego nadie asume la responsabilidad de mantenerla…), un lugar accesible, muy aconsejable para el reposo y la contemplación de esta obra de arte laborada a partes iguales entre las sucesivas generaciones de gravaleños y una naturaleza privilegiada: la protectora Sierra de Yerga por el norte, coronada por los “gigantes tribraquiales” que fácilmente reconocería Don Quijote, enérgicos voceadores cuando sopla la cercera, y Moncayo, el vigoroso, peine de vientos y borrascas provenientes del sur, que apadrina orgulloso, desde  la lejanía, la belleza de este paisaje…
El día inseguro y frío exigía no demorarse más, descendió garboso “el viajero” hasta cruzar la Llasa de Valdeladrones, y comprobó como el cierzo, que galopaba sin riendas valle abajo, era goloso,  su aliento frío que le interpelaba con descaro olía a miel, robaba su perfume a las flores de los almendros, querenciosas de calor y calma (estímulos para la producción de néctar que atrae a las abejas para recolectarlo y aseguran así las flores su ligazón). No es el cierzo, ladrón, un buen aliado de los almendros...



Tomó una pista ancha hacia la derecha trazada en paralelo al barranco, dejó atrás una destacada corraliza medio arruinada, testigo en pie de la historia del territorio y se desvió por el primer camino a la izquierda que  subía en dirección norte hacia unos peñascales calizos que a media ladera tomaban relevancia en el paisaje, allí quería llegar “el viajero”. La subida la hizo hechizado por los muchos estímulos naturales y humanos que salían a su encuentro: una pareja de escribanos cerillos, de colores pardos, negros, grises y amarillos se dejaban ver en las copas de los almendros, aparecían desperdigados restos de cabañas y corrales, inquietas como siempre las currucas rabilargas jugaban a un escondite interminable entre los romeros ya plenamente floridos en los abrigados barranquillos que descienden de Yerga, la cara se relajaba fustigada (ahora está de moda) con pétalos blancos y sonrosados de las flores ya desnudas, por el cierzo goloso,… y en lo alto, sin perder detalle “la real”, la rapaz más poderosa de la Península Ibérica, es su territorio y casi nunca falta a la cita.



A la altura del primer conjunto rocoso se desvió a la derecha en busca de un promontorio, junto a unas redondeadas chaparras, que le permitió ser testigo de una excepcional visión: a sus pies, una “luna menguante de almendros” estaba apeada en aquel rincón privilegiado, mayoritarias salpicaduras de brillo anacarado dibujaban al capricho de la luz antojadiza e inconstante  de aquella mañana un arco lumínico impensable en el “valle almendrado” de Grávalos… La visión quiso rozar la belleza perfecta en algunos momentos,… breves instantes que son recuerdos eternos… Mas la perfección tampoco se alcanzó el sábado pasado, Moncayo permaneció oculto, no creo que por timidez, indiferente tras la nubarrada que lo coronaba.




Sereno, sentado “el viajero” en la abrigada atalaya,... recordó completos los versos dolidos del poeta: 

  

Siempre fugitiva y siempre
cerca de mí, en negro manto
mal cubierto el desdeñoso
gesto de tu rostro pálido.
No sé a dónde vas, ni dónde
tu virgen belleza tálamo
busca en la noche. No sé
qué sueños cierran tus parpados,
ni de quien haya entreabierto
tu lecho inhospitalario.
 Detén el paso belleza
esquiva, detén el paso.
Besar quisiera la amarga,
amarga flor de tus labios.


Y pensó, que quizás por la propia dificultad para alcanzar la belleza,  en cualquiera de sus manifestaciones, resulta su búsqueda tan atractiva y adictiva.  


Pequeños narcisos trompeteros que nacen entre las piedras calizas de las laderas... 


Notas aclaratorias:

(1)  “Poema XVI”: recogida en el libro publicado con el título Soledades (1899- 1907) por el poeta Antonio Machado

(2)   "Huele a miel entre Peña Redonda y el Balneario de Gravalos" Entrada del blog Un Pastor de Paisajes realizada el sabado, 1 de marzo de 2014