Pirómanos artistas controlados por la clorofila
Unas veces con mano firme y
guantes de seda otra, las aguas del Río Veral horadan pacientes los macizos
calizos de Peña Ezcaurri y la Sierra del Álamo, se deslizan calladas por los
toboganes boscosos de los encendidos hayedos otoñales, pinares o los marciales
abetales, salpicados todos ellos de pequeños grupos de fogosos abedules,
aislados arces vergonzosos o afrutados servales, aguas que luego se abren paso
rumorosas bajo la galería de tilos, alisos, fresnos, sauces, mostajos o
cornejos que ocultan el discurrir del río.
En el valle oscense, los paisajes otoñales, no
sienten envidia de la riqueza cromática y luminosidad de las paletas
impresionistas. Cuando en él las preciosistas luces otoñales, todavía con
vitalidad estival algunos días mas cargadas ya de nostalgias venideras,
confluyen con la clorofila en franca retirada, momento en el cual carotenos y
antocianinas se prestan con premura a pincelar las hojas de las arboledas, se
propicia en los paisajes eventos cromáticos que celebran absortas las retinas.
Las distintas manchas de bosque entran
en ignición de manera gradual y sorpresivas, pues dependen de factores tan
caprichosos como la meteorología, la topografía,... o el grado de humedad, estos
permiten que se liberen en las hojas los pirómanos naturales que la clorofila mantenía
controlados: los carotenos prenden los focos donde dominan amarillos y
naranjas, si imperan rojos y purpuras las antocianinas son las fogoneras. Una
combustión fría que resulta visible, con suerte, un par de semanas al año en
cada paraje arbóreo, cuando coinciden muchos de ellos, el espectador atónito, se
extasiará ante la obra de arte creada de manera natural por estos ardorosos pirómanos
impresionistas…
Las fértiles cenizas generadas en
tan arrebatados empeños, tapizan de hojas los suelos pendientes de las laderas
del valle o el cauce del Río Veral, las arboledas quemadas, desnudas de sus
trajes estivales se preparan así para recibir las caricias del cierzo o retener
con sus múltiples brazos al aire, provistos de innumerables dedos ahuesados, los gráciles copos níveos pues no encontraran
mejor tónico regenerador de nuevas arboledas.
Una carretera sin ambiciones, que exige calma y sosiego en su recorrido, culebrea
entre el camping de Zuriza y el municipio de Ansó, con bordas acogedoras a lo
largo del recorrido, como las de Chiquin, Arracona o Nadal, donde hacer una pausa
reparadora, te permite cada año, disfrutar de una maravillosa exposición de
obras de arte, siempre a merced del capricho de los artistas, los pirómanos controlados
por la clorofila, y tus propias limitaciones de tiempo.
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