Hacía años que no subíamos a este
oteadero propio de las rapaces del roquedal, la ermita, que permanece oculta a
los ojos indiscretos en el rellano de la Peña
de la Rosa, se me antoja vigilante, o quizás cotilla, del discurrir vital
de la Sonsierra (calificadla si queréis, pues no entraré yo en el absurdo
debate de territorios…). Tiempos atrás, su elegante y dulce virgen titular,
desde el siglo XIV, reunía en su entorno a fervientes, y seguro que necesitados
de fiesta, romeros de las poblaciones de
Samaniego, Peciña, Ribas de Tereso, Baños de Ebro, Villabuena y por supuesto
Ábalos, que en la actualidad son los
incondicionales cuando llega el 8 de Septiembre.
Recorre el caminante, esta vez en
compañía, las calles pasmadas, solitarias, de Ábalos y salen en dirección norte, enfrentados a la
enharinada con desgana Sierra de Cantabria, por la Calle Virgen de la Rosa.
Pasan cerca de algunas bodegas que mantienen las líneas arquitectónicas que
predominan en el casco urbano, remozado y conservado, edificaciones de los
siglos XVII al XIX, no obstante, observan que algunas se han atrevido con
proyectos innovadores y rompedores. Van dejando atrás varias balsas para
retener y reconducir las aguas provenientes del hontanar que llaman el Hondo, vaguada pantanosa tapizada con
densos herbazales, juncos y zarzas, por las numerosas acequias que murmuran
chismosas a su paso, a la vez que irrigan algunas viviendas de ocio ajardinadas
o con huertas que ladran desconfiadas, o fincas de avellanos y nogales. Han
superado unos doscientos metros de desnivel desde que abandonaron la población
y el sol, anunciado por las previsiones, no evita el suelo carrascudo, helado,
en estas primeras horas de la mañana… No es un camino entre viñas, algunas a la
salida de Ábalos, están a 810 m. de
altitud en la Fuente de la Rosa, en
ella puedes mitigar tu sed en días de calor, aunque no descarta el viajero que
los cambios en el clima, cada vez más evidentes y tozudos, permitan ver estas
laderas, abancaladas tiempos atrás para el cultivo de cereal y ahora salpicadas
de enebros, gayubas y aulagas, replantadas de cepas,… pero no corran que van
cuesta arriba. La pista espaciosa que recorrían se transforma ahora en una
senda que asciende con rapidez y se abre paso a través de una galería cubierta
entre ejemplares arbóreos de boj, encinas de pequeño porte y un suelo con rocas
y tronqueras a los que han crecido profusas barbas musgosas, que se han tornado
canas en la noche allí donde se abren reducidos claros boscosos…
Han recorrido motivados los 3 kilómetros y salvado
los 350 metros
de desnivel que separan las ruinas de la Ermita
de la Virgen de la Rosa del pueblo y debe rendirse el viajero, una vez más,
a la evidencia: importa muy poco el
“Patrimonio menor”, el que relata hechos y cuenta leyendas que fueron
importantes para la gente de a pie, la que labra las historias del territorio,
la que modela los paisajes… No esperaba, ni deseaba, una recuperación de la
ermita, pues también es su historia el
incendio que provoca en ella el General Zurbano durante las Guerras Carlistas,
pero estaba convencido que los restos de la misma iban a estar consolidados,
limpio de sus escombros y estudiado el espacio, despejado de algunos árboles
que impiden disfrutar los pocos detalles
que quedan, en su fachada principal apenas dejan ver el arco que llaman
carpanel, la hornacina que acogía la imagen titular (hoy encontramos bajo ella
una pequeña imagen de la Virgen de la Rosa que algún enamorado del lugar ha
pegado con cemento cola,… que se puede esperar ante la desidia de quien debiera
de preocuparse) o los tres óculos que permiten datarla en el siglo XVIII.
No
argumenten crisis, necesidades prioritarias y urgentes,… ni argucias parecidas,
el viajero ya no les puede creer. Si “…se ataban los perros con longanizas” y
se gastaba en obras de escaparate, se le podía haber prestado a este rincón un
poco de atención, que no muchos euros, para evitar el avance de la ruina (…ahora
debería de tener su hueco en los “Paisajes de vino”). Refunfuñando y
mascullando sus desazones se acercan hasta el privilegiado mirador de la Peña de la Rosa, delante de la ermita.
Reconcilia con el mundo el panorama que contemplan, es difícil de describir
(debes subir a disfrutarlo…): de fondo Urbión, San Lorenzo y el San Millán,
además de las cimas que los rondan, una
cresta que se muestra hoy altiva con su manto regio de armiño; un plano central
muy abierto, con un sinfín de lomas y poblaciones que descienden de la sierra
al encuentro con las serpenteadas caricias del Ebro, en su feudo, el valle
ajedrezado, domesticado por siglos de fecunda simbiosis entre las manos
esforzadas y emprendedoras de agricultores, bodegueros y comerciantes y los
naturales y caprichosos condicionantes fluviales que impone el “Gran Río Riojano”.
Nunca defrauda llegar a la Ermita de la
Virgen de la Rosa y su mirador en la
Peña… de la Rosa.
El “cierzo calado” les hace
abandonar aquel rincón privilegiado para acercarse, un poco más arriba, a una
nevera que recordaban y, visto lo visto en la ermita, suponían lo que iban a
encontrarse: se intuía todavía el perímetro de la misma pero las paredes habían
desaparecido tras una tupida cortina de hiedras y era imposible precisar donde
se localizaba el fondo pues una selva vegetal crecía en el interior de la
supuesta estructura cilíndrica…
La compañía impidió con elegancia que el
caminante incidiese en sus devaneos y prosiguen la senda que ascendía exigente
a través de pinos, robles quejigos y el boj que llena el bosque bajo. Sin parar
de subir han vuelto al camino soleado aunque el suelo continúa resbaladizo,
brillante y helado, la ligera nevada nocturna solo resiste de forma testimonial
en algunos espacios en sombra. No ha transcurrido media hora desde que
abandonaron el conjunto de ruinas y
están ya asomados en un resalte rocoso del Puerto
de la Rosa, no era difícil suponer como le llamarían, a 1.100m. de altitud
disfrutan de un panorama sobre el Valle del Ebro y la Sierra de la Demanda tan
sugestivo como el visualizado desde la Peña
de la Rosa, mas ahora las paredes que se sostienen de la Ermita de la Virgen de la Rosa están a
sus pies y a sus espaldas, en las laderas norte del puerto… Lo dejamos para
otra columna.
Hacía años que no subíamos a este oteadero propio de las rapaces del roquedal, la ermita, que permanece oculta a los ojos indiscretos en el rellano de la Peña de la Rosa, se me antoja vigilante, o quizás cotilla, del discurrir vital de la Sonsierra (calificadla si queréis, pues no entraré yo en el absurdo debate de territorios…). Tiempos atrás, su elegante y dulce virgen titular, desde el siglo XIV, reunía en su entorno a fervientes, y seguro que necesitados de fiesta, romeros de las poblaciones de Samaniego, Peciña, Ribas de Tereso, Baños de Ebro, Villabuena y por supuesto Ábalos, que en la actualidad son los incondicionales cuando llega el 8 de Septiembre.
La compañía impidió con elegancia que el
caminante incidiese en sus devaneos y prosiguen la senda que ascendía exigente
a través de pinos, robles quejigos y el boj que llena el bosque bajo. Sin parar
de subir han vuelto al camino soleado aunque el suelo continúa resbaladizo,
brillante y helado, la ligera nevada nocturna solo resiste de forma testimonial
en algunos espacios en sombra. No ha transcurrido media hora desde que
abandonaron el conjunto de ruinas y
están ya asomados en un resalte rocoso del Puerto
de la Rosa, no era difícil suponer como le llamarían, a 1.100m. de altitud
disfrutan de un panorama sobre el Valle del Ebro y la Sierra de la Demanda tan
sugestivo como el visualizado desde la Peña
de la Rosa, mas ahora las paredes que se sostienen de la Ermita de la Virgen de la Rosa están a
sus pies y a sus espaldas, en las laderas norte del puerto… Lo dejamos para
otra columna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario