Viñedos bajo la montaña
Era una mañana
luminosa, a las once todavía permanecía visible la ya menguada “gran luna” de
este mes de noviembre, la más brillante desde el año 1948. En las laderas que
descendían del San Lorenzo hacia el Valle del Río Cárdenas solo quedaban
rescoldos candentes en los bosques abrasados por las hogueras de color que
propicia el otoño. La combustión de carotenos y antocianinas, por contra,
proseguía en pleno apogeo, con virulencia inclusive, en viñedos y alamedas,
hasta tal punto que este tramo, soleado hoy, entre Cárdenas y Badarán resulta
un paisaje de tonos encendidos difícil de olvidar.
En la vega, huertas,
frutales, choperas y baldíos conforman un fértil mosaico bizantino salpicado,
lamentablemente, por elementos
constructivos que le restan vistosidad al espacio (naves industriales,
agrícolas y ganaderas medianas y algunas casetas de campo). A ambos márgenes,
varios caminos permiten subir a la terraza donde avistamos parcelas de cereal y
las viñas, cientos de plantaciones, miles de cepas alineadas, en perfecta formación miran al San Lorenzo o al León
Dormido, enfiladas hacia Badarán o Cárdenas, en “espaldera” o “baso”… Estas
ante un bello tapiz parcelado, tejido con sarmientos con hojas tintadas por la
riqueza mineral de la tierra o según las variedades de vid: tempranillo, garnacha, mazuelo o graciano,…
viura, malvasía o maturana… Y sobre todo,
han logrado esta fantasiosa obra de arte las sabias manos de los
agricultores de este territorio bajo la montaña.
Las lomas se suceden,
se entretejen con las pequeñas hondonadas, y dan como resultado una trama
paisajística serena, acogedora, que invita al paseo sosegado, aunque ahora
dejes que el pensamiento busque, como la liebre encamada en el abrigo de la
viña, protegerse del cierzo, que busca la cumbre del San Lorenzo para vestirlas
de invierno. Mas cuando escuchas el
canto de reunión de las perdices, un pequeño bando que se dispersó, por mi
llegada al cerro de los almendros abandonados, entre asustado y sorprendido de
no escuchar disparos después de alzar el vuelo, vuelves a sentir deseos de dejar correr la
mirada por tan hermosa campiña, de extasiarte con el panorama y comienzas
también a escuchar las añoranzas que suscita el paisaje del vino y te
entran ganas de reclamar a ciudadanos y gestores del territorio que no se dilapiden sus valores por un afán
desmedido de productividad (cuando da grima ver miles de racimos arrojados a
pie de las cepa o sin vendimiar en los sarmientos)…
Racionalizar la
explotación del territorio y hacerlo de manera sostenible y creativa es la única forma de que este espacio perdure en
el tiempo con toda su belleza mantenida y potenciada: es necesario que las
viñas viejas se mantengan, que plantaciones atrevidas se aventuren más arriba,
bajo la montaña, el “cambio climático” (ese que Donald Trump parece ignorar…)
las pondrá en valor con el tiempo, y nuevas variedades de vid aporten
diversidad y permitan originales creaciones enológicas…
Y todo ello debe enmarcarse en un paisaje cada vez más
bello que huya de la homogeneidad y el monocultivo: donde se conserven los
ribazos y terrazas, se poden y acondicionen las adustas almendreras, realcen y
mimen las construcciones que cuentan de manera excepcional las jugosas
historias que encierra esta joya paisajística y eviten la
proliferación de arquitecturas sin personalidad e imposibles de integrar en
este espacio equilibrado.
Finalmente invito a una
reflexión sobre la calidad urbanística, constructiva y visual de los municipios
Cárdenas y Badarán, en el corazón de este sobresaliente paisaje vitivinícola,
que deberían atraer la atención de los visitantes, como ocurre en regiones
similares de Francia o Italia, con los beneficios culturales, sociales y
económicos que conllevan, el añadido de encontrarse a un paso de los
Monasterios de San Millán de la Cogolla, declarados Patrimonio de la Humanidad
por la UNESCO, y sin embargo no reciben viajeros... Algo habremos hecho mal.
Tras callejear por
sendos pueblos, no es difícil concluir que se han respetado muy poco los
elementos de construcción y desarrollo urbano propios (como ha ocurrido en el
70%, si no más, de La Rioja,… y me atrevería a decir que de España), se
concebía el progreso como una copia de las arquitecturas desarrollistas y
especulativa de la mayor parte de ciudades españolas de los años 70 y 80 del siglo pasado: muy bajo
valor constructivo en materiales y formas, y nula preocupación por diseñar
espacios urbanos que tuviesen en cuenta la calidad de vida de los ciudadanos…
Con posterioridad se nota un intento de
cambiar el rumbo, sobre todo los años anteriores a la crisis que nos acogota, y
se gastó dinero a carretadas, en infinidad de intervenciones sin criterio, y sí
se mejoraron cosas,… pero el mal ocasionado con anterioridad era irreparable…
Los pueblos habían perdido su personalidad.
Era solo una reflexión,
con la que puedes estar o no de cuerdo,… pero si este fin de semana recorres
estos “Viñedos bajo la montaña” por el laberinto de camino que los surcan,
el San Lorenzo vestido de invierno y las cepas semidesnudas de otoño, te
garantizo que guardaras este paisaje en tu “cofre”.
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