El paraje que hoy recorrerá “el
viajero” tiene poco que ver con el territorio abarrancado del Moncalvillo al
que hacía referencia la columna anterior. Transitará por un paisaje humanizado
en el cual la natura sólo se reserva algunos rincones para mostrar su anárquica
creatividad asilvestrada. El río Iregua entre Alberite y su desembocadura en el
Ebro, junto a la población de Varea,
refrena su carrera en las pequeñas represas que traban el cauce, remansan sus
aguas y posibilitan espacios relajados de serena belleza y rica biodiversidad.
Llega “el caminante” por el
Parque del Ebro de la ciudad de Logroño hasta la pasarela, que salva en el
Parque del Iregua, el río que da nombre al mismo, próximo al lugar donde
desemboca este con el principal. Se propone remontar el Iregua como hacía la
antigua vía romana que partía de Varea en dirección a Numancia, mas él llegará
únicamente a las cercanías de Alberite. Pretende detenerse en cada azud construido
en él para garantizar agua en las acequias de riego o conducirla hasta los
molinos o batanes movidos por la potencia hídrica que garantizaba el río, de
ellos quedan únicamente algunas ruinas, como vestigios del pasado, esculpidas
en el paisaje. Si aparecen, por el contrario, muestras abundantes de su
existencia en legajos y documentos de archivo.
Apenas ha recorrido doscientos
metros, desde que dejó atrás el puente peatonal que permite el acceso a Varea
desde el parque y encuentra ya el primer
azud: una pequeña presa que recrea en el parque un espacio donde se respira
calma. En el rebalse generado bajo álamos y sauces, enmarcado en un tupido
carrizal de aneas, adelfillas y otras plantas acuáticas asentaron sus nidos, los
meses anteriores, anades reales, ruiseñores o carriceros, y ahora una nueva
generación de pobladores alados adquieren por allí recursos y reservas: unos
para el invierno y otros para emprender en breve sus rutas migratorias… Un auténtico
lujo para este parque del que hacen uso y disfrutan tantos vecinos de la
ciudad.
Retoma el paseo “el caminante”,
pasa bajo el puente de Varea por el que transitaba la ya jubilada N-232, el
Iregua se muestra pletórico de vida para los paseantes curiosos, pacientes y
sin prisas, vitalidad visible como en
los documentales televisivos pero en vivo y en directo. Deja atrás el puente
del ferrocarril, interesante obra de ingeniería en piedra, hierro y hormigón
cuyo futuro es incierto,… si como presumen los pregonados planes de
infraestructuras, el AVE enlazara con esta ciudad... De ahí su faraónica
estación. Luego pasa bajo el mastodóntico puente de la Autovía de Circunvalación
(…le recuerda a un diplodocus y le gusta) y a menos de cien metros una segunda
pasarela salva el río y permite visionar al completo un segundo azud curvo de
grandes dimensiones y que da origen a una acequia de riego para las fértiles
huertas de Varea. En el nuevo remanso, el agua sosegada por la luna menguada de
cemento posibilita un pequeño soto selvático en medio de la naturaleza amaestrada
del parque… Cuan necesarios le parecen “al viajero” estos rincones para
repensar y refrenar la agitada actividad cotidiana,… y como echa en falta
alguna mesa y bancos en el entorno.
Prosigue su recorrido y abandona
el Parque del Iregua por debajo de Puente Madre y se dispone a recorrer la nueva
senda para caminantes y bicicletas habilitada en las traseras del Barrio de La
Estrella, entre las huertas y las choperas, y con paso presto pues queda trecho
hasta llegar a Alberite, observa con agrado el buen hacer de los hortelanos, su
minucioso cálculo y geometría en la organización de los cultivos, el trato
mimoso de la tierra y las hortalizas,… no puede entender que no se esmeren
igualmente en los vallados, pequeñas
construcciones o mobiliario por ellos esparcidos, y probablemente encuentre explicación
en los frecuentes robos y el vandalismo que sufren estas huertas… Mas creo, que
también habría algo que decir sobre el mal gusto que impera, el poco el aprecio
que sentimos por nuestros paisajes cercanos, en los que nos movemos
habitualmente, no nos exigimos en el cuidado de los mismos ni somos exigentes
con los gestores del territorio… No somos conscientes de que su calidad incrementa
nuestra calidad de vida… Como se nota que hoy “el viajero” camina sin agobios
pues su cabeza es capaz de componer pensamientos críticos y ello le reconforta.
Al pasar bajo el puente del vial
de acceso al Hospital San Pedro desde la carretera de Villamediana, todavía con
la pátina y el maquillaje del estreno, observa en él detalles prácticos e
interesantes, no así en el puente de la autopista AP-68 que le resulta poco
sugerente (…siente “el viajero” atracción por los puentes) Es difícil sentir el
río en esta parte del camino, en ocasiones intuimos su discurrir entre las enmarañadas
arboledas, y solo algún sendero se adentra en las alamedas entre los arbustos,
enredaderas y zarzas, para llegar a su orilla. Son utilizados por los
agricultores para llegar al Iregua, colocar las motobombas y tomar agua en las
pequeñas represas seminaturales y poder así regar arboledas y plantaciones.
Estos azudes han supuesto un trabajo
tenaz, para acarrear los grandes bloques de piedra, y esmerado, para que su
colocación resulte funcional. Igual que en los anteriores, el estancamiento del
río da lugar a parajes excepcionales, donde no debiera sorprender descubrir el
rastro del visón europeo en lo alto de alguna piedra o madera señalada de la
orilla o encontrar una letrina de gineta en el tronco engrosado de un longevo aliso…
Párate y disfruta de estos rincones, adéntrate por alguna de estas sendas, que
utilizan también los pescadores en este tramo del río de pesca sin muerte, y te
resultará adictivo.
Aún pasará “el caminante” bajo dos
puentes menores, en las proximidades de Alberite, y remontará pegado al río un
camino que le acercará al último azud
que hoy va a visitar. Se encuentra cerca de la población, en el término del Barborro (tengo que contrastar
esta terminología). El lugar hace enmudecer la mente del “viajero”, mira
atónito el espectáculo que protagoniza el salto de agua, y se siente agua acrobática que se zambulle desde lo alto
del azud, escucha en la caída su canto monocorde, y lo matiza con notas
licuadas robadas al contrabajo que su mente acaricia… No desea levantarse, pero
lo hace la vista,… de una de las ramas del aliso, joven, flexible, vigorosa, sobresaliente hacia el cauce, pende inaccesible
una bolsa tejida con destreza, una cuarta de larga por media de ancha, de finas
hierbas urdida y pelusas de chopo tapizada, en la media panza hacia arriba un
apéndice tubular permitía el acceso al nido al “pájaro arquitecto”, el pájaro
moscón… No desea levantarse, pero…
Sigue el mapa que ha recorrido "el viajero" no te defraudara:
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