Un viaje en el tiempo
Canción bereber al finalizar la jornada
Ha pasado más de un mes desde que regresamos del sorprendente sur de Marruecos,... y era necesario dejar madurar tantas sensaciones experimentadas en el contacto con este territorio y sus gentes, afianzar infinidad de imágenes irrepetibles y retenidas solo en la memoria, responderse gran cantidad de preguntas que surgieron en el viaje y allí no pudimos resolver... Por ello, ahora que el calentón, propio del regreso, se ha templado, he recopilado nueva e interesante información que enriquece el bagaje que llego en la mochila, y los archivos fotográficos almacenados en el disco duro me refrescan aquellas que se escondían ya en los pliegues cerebrales,.. es el momento de invitaros a conocer este rincón de la Cordillera del Atlas, desde el punto de vista de un viajero agradecido, que sabe que el aprendizaje no terminará nunca y estos días han sido muy fecundos.
Recorrer los aislados valles de Tessaout, Oulilint, Mgoun y el bajo Dades, nos ha permitido hacer un
viaje hacia tras en el tiempo del desarrollo técnico del hombre, hasta tal punto, que en muchos momentos de este singular y exigente itinerario, solo reseñados detalles en el paisaje, alguna antena parabólica o placa solar en las techumbres de las pequeñas poblaciones que atravesamos, y a las que todavía no habían llegado los tendidos eléctricos ni el agua corriente, nos recordaban que estábamos en el siglo XXI.
Una feraz agricultura limitada al fondo de los profundos valles, que aprovechaba las ricas tierras de alubión depositadas por los ríos embravecidos que se precipitaban de las impresionantes cumbres del Ighil Mgoun, y anclada en las hoces, el arado y la mula o el burro y el trillo, nos revertían a tiempos pasados.
También sus rebaños trashumantes de ovejas, cabras y dromedarios, que encuentran en estos valles altos las hierbas, arbustos y matorrales que solo ellos, adaptados a estos terrenos, son capaces de pastar y ramonear, nos hacían pensar en aquellos grandes rebaños de ovejas merinas que transitaban la Península Ibérica, por la red de cañadas sabiamente trazada, siguiendo el ritmo estacional y la riqueza de pastos en sierras y dehesas.
Estos días también hemos retrocedido durante el viaje en el discurso del pensamiento humano. Nuestra ideología occidental, ecléctica, acomodada, prepotente... y en crisis, contrastaba con el cerrado vitalismo de las mujeres y hombres bereberes de estos valles altos del Atlas, reforzados por una filosofía de supervivencia frente a una naturaleza dura y hostil, a la vez que generosa y fértil; un imperativo patriarcado, que organiza, manda,... y tiempo atrás, iba a la guerra; y una particular religiosidad, que les condiciona, pero no asfixia.
Hemos compartido con ellos, en la medida de lo posible, pues nunca dejamos de ser turistas, extraños que están de paso, interesantes conversaciones de trabajosa comprensión e interpretación, y que solo hemos podido descifrar tras superar los babeles idiomáticos (castellano, bereber, francés e inglés) y las solidas e interesadas murallas levantadas por la tradición y los fundamentalismos.
Finalmente el recorrido nos permitió disfrutar de un colorista abanico de paisajes , algunos todavía muy humanizados, que nos invitaban permanentemente a retroceder en el tiempo, paisajes vivos que contaban historias como únicamente lo saben hacer los paisajes... Historias que traían a nuestras cabezas territorios de la Península cuyos relatos, escritos tiempos atrás, nos los recordaban: los cultivos aterrazados en el entorno de todas las poblaciones; las laderas pendientes e infinitas salpicadas de sabinas centenarias, ramoneadas y recortadas sin tregua para satisfacer las necesidades de los pobladores; la utilización como únicos materiales constructivos de la piedra del terreno, el barro con paja, la madera de nogal y la sabina (el jenjibre bereber)...
Otros paisajes, por contra, resultaron casi salvajes, nos sentimos a merced de aquella naturaleza poderosa: el increíble Oumsoud con sus 4.068 m., sus picos acompañantes y los apabullantes circos glaciares que se desplomaban, hasta perderse la vista, por las laderas norte, o el descenso menos abrupto del Macizo del Mgoum por el sur, en busca del desierto del Sahara; la interminable bajada hacia la llanada de Oulilimt y su infinita travesía; las paredes calcáreas de hasta 400 m. de altura de las Gorges de Achabou y sus apenas 2 m. de anchura en algunos de sus tramos, horas caminando mojados por su cauce,... a merced de su voluntad, a merced de los paisajes, en todos los casos.
Esta era la realidad, los paisajes podían resultar apabullantes, inaccesibles, caprichosos o condescendientes, y los días que estuvimos en aquellos entornos privilegiados y pudimos acceder a sus encantos y disfrutarlos, fuimos muy afortunados. Si a todo esto, le añadimos el buen ambiente que reino entre los componentes del grupo: Ibrahim, Mohamed, otro Mohamed, Aisa, Hamed, Jose, Mercedes, Fer, MªAngeles y Carlos.
¿Que más le podía pedir al viaje, un pastor de paisajes?
¡¡¡Gracias Ighil Mgoun!!!
¡¡¡Gracias compañeros de viaje!!!
En la próxima entrada titulada:
La Ronda del Ighil Mgoun
El Valle de Tessaout
Recorreremos este territorio en el mismo sentido que nosotros lo hicimos. Hasta pronto.