lunes, 11 de enero de 2016

Los últimos castaños del Najerilla





Un embrollo arbóreo con detalles elegantes y delicados


El otoño se ha resistido como “gato panzarriba” a dejarnos. Las temperaturas anómalas propiciadas por vientos del sur, la escasez de precipitaciones, pues el anticiclón “mal situado” no dejaba llegar las borrascas a la península, salvo al noroeste, las nieblas persistentes en los grandes valles, que se adentran por los subsidiarios, sin cencellada,… y Valdezcaray sin nieve, han hecho que al invierno, recién llegado por calendario, no lo hallamos sentido como protagonista ambiental esta Navidad. Quizás el cambio climático, incomoda realidad de la que ya todos hablamos, casi todos aceptamos como un hecho,… creo que incluido el “primo de Rajoy”, y a tan pocas medidas para aminorar el problema nos compromete, tenga algo que ver con este invierno disfrazado que no sé si disfrutamos o  padecemos.



Hace unas semanas recorrió “el viajero” un atractivo territorio historiado, modelado por dos riachuelos que descienden de este a oeste en busca del río Najerilla: el Arroyo de la Magdalena y el Arroyo Cubo. Lo conoció tiempo atrás gracias a la amena y didáctica compañía de algunos amigos de Anguiano y se ha animado a invitar a los lectores a recorrerlo dado su fácil acceso y ofrecer motivaciones de índole muy diversos, como se descubrirá cuando os adentréis en este paisaje un corto día de invierno.




Tomareis el camino que a la salida de Anguiano en dirección a Mansilla nos lleva hasta la Ermita de la Magdalena, tutelados por el arroyo que toma el nombre de la titular del santuario y es patrona del municipio. Remontareis huertos guardados con tapias de mampostería, en desuso la mayoría, no obstante observareis algunos replantados de chopos, varios de nogales y otros, ahora en barbecho, están preparados para plantar en primavera los excepcionales “caparrones de Anguiano”: pequeños elipsoides granates y un ojito blanco en su diámetro, de piel suave, mantecosos, cuando los  paladeas se funden en la boca y ves con disgusto el fondo del plato.


Vais a transitar por un valle tapizado con abundante vegetación arbórea y arbustiva que te da sensación de infranqueable, asilvestrado, ahora, con el invierno ya instalado, todavía llaman la atención pequeños detalles de su barroquismo otoñal: avellanos, fresnos, sauces o tilos compiten por la luz en altura; arces, mostajos, cornejos o zarzamoras ocupan el espacio entre el suelo y la media alzada; mientras las hiedras y las clemátides trepan y se encaraman a costa de los demás hasta donde les dejan… Si bien resulta difícil diferenciar en este momento las especies vegetales por la casi ausencia de hojas, podréis por contra desentrañar el enmarañado osario de un bosque mixto asociado a un pequeño arroyo de montaña.




Probablemente este camino a la Ermita de la Magdalena sea el más filmado de La Rioja  por televisiones nacionales e internacionales, dos veces al año los “Danzadores de Anguiano” ataviados con chalecos a siete colores y anaranjadas faldas voladas, derviches sobre 45 cm. de zancos de madera y castañuelas en mano, acompañan a la imagen de la Magdalena: en mayo, el domingo anterior a la Asunción, piden bendiciones para las cosechas en su peregrinaje desde la ermita a la Iglesia Parroquial de San Andrés en el centro del pueblo; el último fin de semana de septiembre, de regreso a la ermita, danzan y cantan como muestra de acción de gracias por los frutos recolectados.




En torno a la ermita, interesante edificio del siglo XVIII y la leyenda de la aparición de la imagen se reúnen algunos de los elementos más notorios que los tratados de religiosidad medieval le piden a un centro de culto y devoción: la imagen se encontró en una encina, el árbol de la vida, conexión entre la tierra y el cielo, sus hojas eran estimadas por los lugareños; posteriormente se escondió la imagen en una de las cuevas del cercano Pico del Águila para salvaguardarla de las razias sarracenas, también las piedras de la gruta eran guardadas por las gentes; adosada a la ermita un sobrio y proporcionado templete, levantado en la primera mitad del siglo XVII, acoge en su interior la Fuente Intermitente con sus quince caños distribuidos en cuatro pisos, cuyo caudal discontinuo dependerá de los rigores climatológicos y de la magia divina de la geología, estos condicionantes propiciaran que las aguas rebosen cada hora , o un par de veces al día, por las tres grandes bocas del piso superior. Hojas, piedras y aguas eran veneradas y consideradas sanadoras de diferentes males del cuerpo y del alma…




Dejad atrás la ermita y las ruinas en los aledaños, de lo que antiguamente fue un conjunto concurrido de culto a María Magdalena, y seguid por el camino que asciende hacia el oeste y permitirá, una vez coronado el Colladillo de Valderroñas, gozar de la atractiva panorámica del valle modelado por el Arroyo de la Magdalena, con la ermita como un broche engarzado, y pasar al formado por el Arroyo Cubo por el que descenderéis. Mas piensa “el viajero” que es interesante detenerse en el collado, salirse del camino y tomar una senda que sube con suavidad, también en dirección oeste, por la cuerda, un rosario de pequeñas lomas cubiertas de encinas y salpicadas de corrales ya sin cometido, permanecen arruinados pero son testigos mudos de historias y actividades de antaño.



 
Son fechas propicias para descubrir en esta vereda los pequeños arbustos de rusco (ruscus aculeatus), verdes perenne y brillo matizado, falsas hojas coriáceas de forma lanceolada con firme aguijón en la punta, que pasarían desapercibidas cualquier otra época del año y que ahora sus llamativos y prohibidos frutos rojos captarán la mirada de los curiosos. Planta valorada tradicionalmente por la medicina natural que solo aportará beneficios saludables con los conocimientos pertinentes.





De vuelta al collado, hoy aconseja “el viajero”, no seguir pista forestal arriba, pues las horas de luz son pocas y es camino lleno de alicientes en días largos, por contra, podéis todavía encontrar por la bajada, en el tramo final del Arroyo Cubo, algunos de los últimos ejemplares de castaño (castanea sativa) del Valle Najerilla. Antes de iniciar el descenso mirad hacia el norte la sugerente vista de las Peñas y Barranco de Mari-Matea en cuyo seno, disimulado entre otros árboles y anclado en la frescura de un cauce tacaño, se encuentra el “Castaño de la Nisia”, un viejo y cansado ejemplar que resiste con gallardía los envites del tiempo, el más longevo de la comarca.




Llegareis con rapidez al fondo del arroyo y la frondosidad laberíntica propiciada por  él se hará patente de nuevo, y en este embrollo arbóreo debéis distinguir alguno de los pocos castaños que todavía sobreviven asilvestrados, os sorprenderá la altura que alcanzan en su competencia por la luz, anclados en la humedad freática del torrente estiran sin remilgos sus brazos enramados afanosos por acariciar las nubes. Observareis que son frecuentes los esqueletos ya incompletos o quebrados de lo que fueron en su día castaños de porte altivo.



Junto a estas rarezas que son los castaños en nuestros bosque, aparecen aquí otros arbustos, también escasos, que ahora como los ruscos llamaran vuestra atención, el bonetero (euonymus europaeus), cuyos frutos, cerillas encendidas de color naranja envueltas en rosa fucsia, son el detalle delicado y elegante de la fantástica estampa de este enmarañado arbóreo.




Emboscarse en la búsqueda aventurera de nuestras rarezas botánicas os resultará motivador pero dificultoso, además parece ser que el invierno ha decidido ya hacerse notar… ¡¡¡Por fin…!!!


Recorred este sencillo pero gratificante  paisaje con la ayuda del plano señalado de la zona, seguro que no os va a defraudar...