Un embrollo arbóreo con detalles
elegantes y delicados
El otoño se ha resistido como “gato panzarriba” a dejarnos. Las
temperaturas anómalas propiciadas por vientos del sur, la escasez de
precipitaciones, pues el anticiclón “mal
situado” no dejaba llegar las borrascas a la península, salvo al noroeste,
las nieblas persistentes en los grandes valles, que se adentran por los
subsidiarios, sin cencellada,… y Valdezcaray sin nieve, han hecho que al
invierno, recién llegado por calendario, no lo hallamos sentido como
protagonista ambiental esta Navidad. Quizás el cambio climático, incomoda realidad de la que ya todos hablamos,
casi todos aceptamos como un hecho,… creo que incluido el “primo de Rajoy”, y a tan
pocas medidas para aminorar el problema nos compromete, tenga algo que ver con
este invierno disfrazado que no sé si disfrutamos o padecemos.
Hace unas semanas recorrió “el
viajero” un atractivo territorio historiado, modelado por dos riachuelos que
descienden de este a oeste en busca del río Najerilla: el Arroyo de la Magdalena y el Arroyo
Cubo. Lo conoció tiempo atrás gracias a la amena y didáctica compañía de
algunos amigos de Anguiano y se ha animado a invitar a los lectores a recorrerlo
dado su fácil acceso y ofrecer motivaciones de índole muy diversos, como se
descubrirá cuando os adentréis en este paisaje un corto día de invierno.
Tomareis el camino que a la
salida de Anguiano en dirección a Mansilla nos lleva hasta la Ermita de la Magdalena, tutelados por
el arroyo que toma el nombre de la titular del santuario y es patrona del
municipio. Remontareis huertos guardados con tapias de mampostería, en desuso
la mayoría, no obstante observareis algunos replantados de chopos, varios de
nogales y otros, ahora en barbecho, están preparados para plantar en primavera
los excepcionales “caparrones de Anguiano”: pequeños elipsoides granates y un
ojito blanco en su diámetro, de piel suave, mantecosos, cuando los paladeas se funden en la boca y ves con
disgusto el fondo del plato.
Vais a transitar por un valle tapizado con abundante vegetación arbórea y arbustiva que te da sensación de infranqueable, asilvestrado, ahora, con el invierno ya instalado, todavía llaman la atención pequeños detalles de su barroquismo otoñal: avellanos, fresnos, sauces o tilos compiten por la luz en altura; arces, mostajos, cornejos o zarzamoras ocupan el espacio entre el suelo y la media alzada; mientras las hiedras y las clemátides trepan y se encaraman a costa de los demás hasta donde les dejan… Si bien resulta difícil diferenciar en este momento las especies vegetales por la casi ausencia de hojas, podréis por contra desentrañar el enmarañado osario de un bosque mixto asociado a un pequeño arroyo de montaña.
Probablemente este camino a la Ermita de la Magdalena sea el más filmado de La Rioja por televisiones nacionales e internacionales, dos veces al año los “Danzadores de Anguiano” ataviados con chalecos a siete colores y anaranjadas faldas voladas, derviches sobre 45 cm. de zancos de madera y castañuelas en mano, acompañan a la imagen de la Magdalena: en mayo, el domingo anterior a la Asunción, piden bendiciones para las cosechas en su peregrinaje desde la ermita a la Iglesia Parroquial de San Andrés en el centro del pueblo; el último fin de semana de septiembre, de regreso a la ermita, danzan y cantan como muestra de acción de gracias por los frutos recolectados.
En torno a la ermita, interesante
edificio del siglo XVIII y la leyenda de la aparición de la imagen se reúnen
algunos de los elementos más notorios que los tratados de religiosidad medieval
le piden a un centro de culto y devoción: la imagen se encontró en una encina,
el árbol de la vida, conexión entre la tierra y el cielo, sus hojas eran estimadas
por los lugareños; posteriormente se escondió la imagen en una de las cuevas
del cercano Pico del Águila para
salvaguardarla de las razias sarracenas, también las piedras de la gruta eran guardadas
por las gentes; adosada a la ermita un sobrio y proporcionado templete,
levantado en la primera mitad del siglo XVII, acoge en su interior la Fuente Intermitente con sus quince
caños distribuidos en cuatro pisos, cuyo caudal discontinuo dependerá de los
rigores climatológicos y de la magia divina de la geología, estos
condicionantes propiciaran que las aguas rebosen cada hora , o un par de veces
al día, por las tres grandes bocas del piso superior. Hojas, piedras y aguas
eran veneradas y consideradas sanadoras de diferentes males del cuerpo y del
alma…
Dejad atrás la ermita y las
ruinas en los aledaños, de lo que antiguamente fue un conjunto concurrido de
culto a María Magdalena, y seguid
por el camino que asciende hacia el oeste y permitirá, una vez coronado el Colladillo de Valderroñas, gozar de la
atractiva panorámica del valle modelado por el Arroyo de la Magdalena, con la ermita como un broche engarzado, y
pasar al formado por el Arroyo Cubo
por el que descenderéis. Mas piensa “el viajero” que es interesante detenerse
en el collado, salirse del camino y tomar una senda que sube con suavidad,
también en dirección oeste, por la cuerda, un rosario de pequeñas lomas
cubiertas de encinas y salpicadas de corrales ya sin cometido, permanecen
arruinados pero son testigos mudos de historias y actividades de antaño.
Son fechas propicias para
descubrir en esta vereda los pequeños arbustos de rusco (ruscus aculeatus), verdes perenne y brillo matizado, falsas hojas coriáceas
de forma lanceolada con firme aguijón en la punta, que pasarían desapercibidas
cualquier otra época del año y que ahora sus llamativos y prohibidos frutos
rojos captarán la mirada de los curiosos. Planta valorada tradicionalmente por
la medicina natural que solo aportará beneficios saludables con los
conocimientos pertinentes.
De vuelta al collado, hoy aconseja
“el viajero”, no seguir pista forestal arriba, pues las horas de luz son pocas
y es camino lleno de alicientes en días largos, por contra, podéis todavía
encontrar por la bajada, en el tramo final del Arroyo Cubo, algunos de los últimos ejemplares de castaño
(castanea sativa) del Valle Najerilla. Antes de iniciar el
descenso mirad hacia el norte la sugerente vista de las Peñas y Barranco de
Mari-Matea en cuyo seno, disimulado entre otros árboles y anclado en la
frescura de un cauce tacaño, se encuentra el “Castaño de la Nisia”,
un viejo y cansado ejemplar que resiste con gallardía los envites del tiempo,
el más longevo de la comarca.
Llegareis con rapidez al fondo
del arroyo y la frondosidad laberíntica propiciada por él se hará patente de nuevo, y en este
embrollo arbóreo debéis distinguir alguno de los pocos castaños que todavía sobreviven
asilvestrados, os sorprenderá la altura que alcanzan en su competencia por la
luz, anclados en la humedad freática del torrente estiran sin remilgos sus
brazos enramados afanosos por acariciar las nubes. Observareis que son
frecuentes los esqueletos ya incompletos o quebrados de lo que fueron en su día
castaños de porte altivo.
Junto a estas rarezas que son los
castaños en nuestros bosque, aparecen aquí otros arbustos, también escasos, que ahora como
los ruscos llamaran vuestra atención, el bonetero (euonymus europaeus), cuyos frutos, cerillas encendidas de color
naranja envueltas en rosa fucsia, son el detalle delicado y elegante de la
fantástica estampa de este enmarañado arbóreo.
Emboscarse en la búsqueda
aventurera de nuestras rarezas botánicas os resultará motivador pero
dificultoso, además parece ser que el invierno ha decidido ya hacerse notar…
¡¡¡Por fin…!!!
Recorred este sencillo pero gratificante paisaje con la ayuda del plano señalado de la zona, seguro que no os va a defraudar...
Recorred este sencillo pero gratificante paisaje con la ayuda del plano señalado de la zona, seguro que no os va a defraudar...