Remontar el Arroyo del Ortigal para
alcanzar el Necutia (2.026 m.)

La nieve coronaba las cumbres de
la Demanda la primera vez que remonto el Arroyo
del Ortigal para alcanzar la cumbre del
Necutia (2.026 m.), como ahora. Se encontró inmerso en un territorio que
sin llegar a ser hostil le hizo sentir que allí no controlaba todos los
triunfos de la partida, lo cual dotaba al paraje de ese punto de emoción e
intriga que sumado a la agreste belleza que todavía guarda el enclave, le ha
hecho volver a él cada vez que deseaba mostrar a alguien, que le merecía
confianza, un rincón privilegiado de esta sierra. Un lugar donde, esa primera
vez, tuvo los indicios más claros y
evidentes de la presencia del lobo
ibérico, hecho que hacía este paisaje todavía más especial: un buen número
de huellas gravadas con nitidez en la superficie nevada, excrementos con pelo de jabalí con intención de marcar
territorio y restos de sangre que la nieve magnificaba, alguna pezuña y un
cuerno de corzo que todavía conserva…

Después de la retahíla de
presentación, de dejar el coche a 2,5 km. de Posadas, en el Puente de Canillas,
junto a la primera curva pronunciada y cuesta arriba de la carretera que llega 5,5 km. más arriba al refugio
del Llano de la Casa, se adentra “el viajero” por el camino que parte
emparejado al arroyo y conserva integro su encanto a pesar de presentarse ya
bastante amaestrado: varios puentes de madera a lo largo del recorrido evitan
el devaneo de cabeza que suponía antaño, con aguas crecidas, vadear el río y
acabar, en mayor o menor medida, casi siempre mojado. Hecho que tenía su
aliciente durante el verano, hacía que en días como hoy pensase si debería
continuar…
No es un recorrido al uso, no
solo encontrareis en él una sucesión de hitos que mantienen expectante la
motivación, en el momento que decidáis acometer el remonte que os propone “el
caminante” os veréis envueltos en la magia intrigante de este espacio natural y
los detalles que inervan los sentidos se suceden como perlas de collar, ligadas
por una relación simbiótica, un conjunto armónico donde cada uno de los
elementos que conforman el ecosistema del Valle del Ortigal ocupa su lugar y
nadie sobra…

La ligera nevada del día anterior, cómoda para
el paseo, reviste el paisaje acorde con la estación. Las aguas frígidas,
impávidas y chismosas del Arroyo del Ortigal comentan en voz alta los
acontecimientos acaecidos durante la noche, en estas aparentes soledades, la
actividad nocturna no cesa ni llegados estos días de letargo: los escarceos
amorosos de una pareja de zorros, sus huellas se siguen con facilidad en la
nieve a la vez que buscan la pitanza para satisfacer sus reivindicativos
estómagos, se solapan con el ramoneo del corzo que todavía es capaz de encontrar
algunos tallos y cortezas tiernas en la espesura del bosque invernal, a la vez
que es posible escuchar ahora en este tramo del valle el canto encelado del
búho real o el “charcoteo” discreto,
casi imperceptible, en los remansos del cazador noctambulo de larvas acuáticas,
el misterioso desmán pirenaico…

Transcurridos unos 800 m. un pequeño poste de
madera, con dos marcas blancas, a la derecha del camino indica el inicio de la
vereda que atrocha cuesta arriba por la solana. La olvidada senda de mineros fue labrada a
conciencia, se precisaba un firme seguro para bajar con las recuas de mulas la
galena argentífera de las minas de Guirindolla.

El trazado zigzagueante supera la fuerte pendiente de las laderas y
robustas paredes de piedra en los puntos conflictivos evitaba que los taludes
se desbarrigasen. Fue intensa la actividad minera en estas sierras y elevado el
tributo que pagaron los bosques, la tala de árboles para alimentar las
ferrerías fue incesante. Ha subido por la senda unos 200 m. y una nueva vereda
desciende ligeramente, las dos marcas blancas gravadas en la corteza de un
roble de menguado grosor las descubriría iniciada la misma, lleva “al
caminante” hasta el Haya de los Pastores,
lugar de refugio y reunión de los mismos, espacio para dirimir cuitas y
resolver conflictos, quizás esto la salvó del corte masivo de árboles, rondará
los 450 años,… cuantas veces tomarían aquí la decisión de dar caza al animal
perverso por excelencia, al temido, odiado, … y utilizado como excusa, lobo ibérico…

Le contaba el Abuelo
Eliseo que allá por los años cuarenta del siglo pasado, él era un muchacho de
corta edad que subía al monte para sacarse un mermado jornal en la replantación
de pinos o cuidar las vacas, que no se veía ni escuchaba ya a la perseguida alimaña.
Es posible que entonces tuviese una justificación ese miedo ancestral, los
daños que podía generar en un rebaño el ataque de los lobos ocasionaba al
pastor y su familia desdicha y hambre,… y nadie reparaba las pérdidas que
sufría, se entiende pues la proliferación de leyendas y romances en el ámbito
rural, que arraigaron en el subconsciente de sus habitantes, sin corresponderse
con la frecuencia real de los ataques como se ha pretendido hacer creer, y se
manifestaron en el sentimiento popular… El declive de la ganadería no se puede
cargar sobre las espaldas de este soberbio mamífero, el lobo, emblema de la fauna salvaje ibérica, sino a la puesta en
marcha de políticas nefastas… Y sin embargo a los gestores de las mismas nadie
les pide responsabilidades o peor, para morderse los nudillos, son festejados o
invitados a cacerías…

Suspende de momento sus
reflexiones loberas y torna “el viajero” sobre sus pasos, no continua como le
hubiera gustado por la atractiva senda de los mineros y recupera el camino
inicial por el que sigue el remonte del Arroyo
del Ortigal. El paisaje pincelado
con nieve siempre sorprende, toman protagonismo elementos que antes pasaban
desapercibidos: les ocurre así a los pequeños prados tapiados a la orilla del
río, el relieve que adquieren las bajas paredes de piedra los ponen ahora de
manifiesto, el arbolado, difícil de diferenciar ante la ausencia de hojas,
aparecen hoy sus enramadas perfiladas en blanco y logran así captar la atención
de la mirada que se fijan en las diferentes texturas de las cortezas de los
fresnos, cerezos silvestres, sauces, mostajos o hayas, componentes de este
fascinante bosque mixto caducifolio. Ahora destacan en él los acebos y tejos
salpicados en las laderas por ser los únicos en conservar el verdor de sus
hojas coriáceas y pinchudas unas y aciculares engrosadas las otras… Mientras
las aguas brincan entre las peñas para no quedarse frías, se remansan en pozas
hieráticas azul hielo, para precipitarse de nuevo en pequeños saltos sin
estridencias, y absorta, como “el caminante”, las contempla el haya que doblega
embelesada su tronco con barbas “enmusgadas”…

En el recorrido se suceden las “recas” como llaman los lugareños a los
vallejos por los que descienden atropellados riachuelos en busca del valle
principal, queda hipnotizado el viajero ante el juego huidizo que se traen
entre manos el hielo, envalentonado con la altura, y las aguas esquivas a sus
caricias persuasivas y paralizantes, …. El frío es cada vez más intenso y la
nieve comienza a estar helada. Sube garboso entre hayedos y pinares y trae a la
memoria lo referido por el Abuelo Feliciano respecto a unas cerradas circulares
entorno a ciertas hayas, ahora bajo el manto níveo, y que el viajero comparó,
la primera vez que las vio por no encontrarles explicación, con las pequeñas
construcciones circulares entorno a los castaños para la recolección de sus
frutos en los montes asturianos de Vega de Hórreo; los paisanos subían aquí los
cerdos para el engorde en la época de maduración de los “alfrices”, frutos del haya,… el Abuelo Feliciano si había visto
lobos abatidos por estos parajes y evocaba como “… se le encogía el corazón con la visión de la alimaña muerta”…

Hoy
es el caminante el que lleva el corazón encogido, siente miedo de que estos bellos
paisajes tan vitales que contempla desde
los Chorretes del Necutia, estos
bravos rincones de la Sierra de la Demanda pudieran quedarse sin alma, como así
ocurriría sin la presencia del lobo. Y confía, aunque hoy no haya visto su
rastro, que como el alma, el lobo también se ha tornado invisible, y está
seguro que nos observa desde su discreta atalaya y controla como nadie el
equilibrio de este ecosistema… Y nadie
tiene argumentos para aniquilar el alma de un paisaje…. ¡¡¡No los
tienen…!!! El lobo no es el causante de los males
que sufren los ganaderos,… las administraciones tienen recursos más que
de sobra (miren como los despilfarran) para satisfacer de inmediato y con
creces los pocos males que este pudiera ocasionar,… y los cazadores… ¡¡¡Por
Dios,… pidan perdón por cazar al lobo!!! Él es su principal aliado para
mantener la salud y el nivel óptimo en las poblaciones de ciervo, corzo y
jabalí…

Suspende sus cavilaciones “el
viajero” pues debe ponerse en marcha si quiere llegar a las Majadas del Necutia pues la capa de nieve llega a la rodilla y el día es
muy corto.
Piérdete en este paisaje con alma... No te arrepentirás.