miércoles, 18 de diciembre de 2013

De cuevas y atalayas por el Cidacos



Recorrí los primeros días de noviembre, en compañía de un “pastor de paisajes” caminos que ya poca gente recorre en estas tierras abarrancadas, con laderas aterrazadas y la mayor parte de las fincas baldías; con cortados fracturados de conglomerados y areniscas, que eran nuevos para mí entre Herce y  Santa Eulalia. Guiado por la animada conversación y sus pasos conocedores, vigilantes, acostumbrados a trochar por estos parajes, la vista curiosa fue encontrándose con diversas construcciones encajadas en los abrigos rocosos, con tipologías pensadas para los fines que fueron concebidas. 


Corrales excavados en los estratos más blandos que aprovechaban la betas de conglomerado, más consistente, como techumbre, que se mimetizaban en el paisaje con una tapia de mampostería que ocultaba y protegía el  ganado que se guardaba.
Ubicaban los colmenares o “abejeras” en las cuevas naturales someras que cerraban con colmenas, “piones” o “vasos” en estas tierras, cestas cilíndricas o troncocónicas (de 20 a 30 cm. de diámetro y entre 80 y 100 cm. de profundidad) trenzadas con mimbre o caña que servirán de alojamiento a los enjambres de abejas.
Palomares o columbarios, trabajosas oquedades labradas en las paredes de arenisca, de difícil interpretación y que  generan, cada cierto tiempo, polémicas enconadas en congresos y publicaciones, mientras, estos conjuntos rupestres se hunden o deterioran sin que administraciones, organismos científicos o culturales, asociaciones o entidades privadas hagan nada para evitarlo. Tan difícil resulta entender que lo interesante en dichas construcciones, es el ingente trabajo realizado por los bisabuelos de nuestras generaciones o por los eremitas de los albores del cristianismo. Luego, una vez hallamos asegurado que las ruinas no seguirán avanzando, ya nos pararemos a reflexionar e investigar sobre la época de construcción y fines de los mismos.

Bodegas, gallineros o cuevas de usos múltiples completan el llamativo e interesante conjunto de construcciones que aquél día descubrí, acompañado por el “pastor de paisajes”, encaramados en las paredes de roca roja, manifestaciones de la arquitectura popular que utilizaba los materiales constructivos más asequibles y las técnicas artesanales que conocían y dominaban.


Encontrareis estos habitáculos trogloditas en los cortados rocosos que acompañan, en su margen derecha, el descenso del río Cidacos por la carretera LR-115 entre Arnedillo y Autol. De igual manera están presentes estas construcciones en los numerosos  barrancos que suben, en dirección norte, hacía Sierra La Hez. Adentraros en ellos por los caminos que se abren paso en el laberíntico complejo geológico y que aprovechan la morfología del mismo. Atentos, sin perder detalle y seguramente apabullados por los numerosos estímulos paisajísticos que vais a ir descubriendo, es posible que perdáis el rumbo… Mantened la calma, aquí no hay perdida, tomad alguno de los caminos que sigan cuesta arriba, más ahora en dirección sur, en busca del
valle que abandonasteis. Tras numerosas vueltas y revueltas, sorpresas vegetales, animales y minerales, llegareis hasta alguna de las atalayas que custodian este fantástico valle del Río Cidacos. 

Relajaros con el panorama, descansad y mirad, dejad que la vista vuele tras las estelas firmes pero cansinas de los buitres leonados, o cabalgue encabritada a lomos del cierzo, si este hizo acto de presencia,… reparad en el vuelo nervioso, corto, de repisa en repisa, de una figura menuda de color negro carbón, salvo el obispillo blanco que deja ver cuando vuela (¿Qué es el obispillo…? Interésate por la collalba negra, y seguro que algo encuentras al respecto). Es difícil que la mirada se detenga en un punto concreto ¿Dónde fijarla…? En las acuchilladas paredes rocosas o en el remanso hortícola de la vega del Cidacos, en la prometedora Peñalmonte o en Peña Isasa tan pródiga en leyendas, en Prejano con su milenario olivar o en los miles y miles de almendros de Autol, Quel o Arnedo….Son tantos los motivos para mirar.
Es esta una comarca vitalista que vive con perplejidad y contradicción un debate permanente entre las actuaciones encaminadas a un desarrollo industrial y comercial, innovador y creativo, que lidera Arnedo, seguido de Quel y Autol, y aquellos que proyectan su futuro en la conservación de los valores etnográficos, naturales y paisajísticos, que representan más las localidades de Herce, Santa Eulalia, Arnedillo y Prejano. Precisan reinventarse y ser capaces de hacer compatible ambas opciones, considerar que solo un enfoque encaminado hacia el desarrollo integral y sostenible del territorio, de la industria y el comercio,  de su agricultura, la ganadería, de su cultura popular e histórica, podrá mantener en los municipios del oeste, la vecindad, la capacidad productiva y su calidad de vida y  los del este, su empuje económico y evitar un desarrollismo invasivo del territorio, que degrade el horizonte vital de sus propios ciudadanos, aunque aumentasen sus beneficios económicos a corto plazo. Un reto de difícil encaje, pero de indudable atractivo humano, y seguro que rentabilidad económica a la larga.

El viajero sube a seis atalayas de la margen derecha

Seguir el itinerario que propongo y subir a estas seis atalayas historiadas, permitirá descubrir todos los elementos que he tratado de revalorizar en estas líneas. El viajero iniciará el recorrido en el Castillo de Autol, excelente balcón desde donde apreciará la singularidad de los monolitos esculpidos por las manos caprichosas del río y los meteoros: el Picuezo y la Picueza,… y la Harinosa, proclamaría rápidamente, cualquier autoleño que se precie, pues sólo ellos la destacan.
Para llegar al siguiente destino el caminante subirá al consolidado Castillo de Quel que ofrece una visión muy especial del entramado urbano de la población, en él destaca la Iglesia del Salvador, construcción barroca adosada al farallón rocoso, al igual que sus muchas casas cueva, levantadas y excavadas al abrigo y capricho del mismo. Al frente, la mirada se encontrará con la vega, con sus bodegas cueva al otro lado del río, y las infinitas plantaciones de almendros que ascienden faldas arriba hacía la Sierra de Gatún. El caminante no quedará impasible y regalará algún suspiro cargado de nostalgia.
Ahora la parada del viajero será en el Castillo de Arnedo, lo llevan allí cuesta arriba, las callejas del entorno de San Cosme y San Damián y las de Santa Eulalia. Creo adivinar el fruncido de su rostro, son tan llamativos los desastres urbanísticos y paisajísticos inflingidos al entorno, tan evidente que esta Ciudad conjuga mal la fantasía tallada de los cerros (con más cuevas que un queso emmental) como el de San Fruchos, San Miguel o las yasas que descienden de los Planos a las calles de la población, con la dureza prosaica escrita con hormigón hierro y acero en los polígonos industriales o comerciales, las canteras de extracción de arena o en la baja calidad de su diseño urbano, salvo detalles aislados.
Y detrás del Castillo, los Planos, allí debe subir el caminante y responder a la invitación al paseo que reciben todos los que visitan este paisaje, que guarda, desde lo alto, las espaldas de Arnedo. Una proyección de imágenes con enorme poder visual se enfrenta a la mirada, que devuelve a la realidad al viajero y piensa en el pequeño desembolso económico que supondrían algunas intervenciones en el paisaje y como beneficiarían las mismas la belleza integra del mismo… Reiniciará el camino y se dejará mecer por el oleaje adormecido del mar de almendros por el que transita. Salva las yasas el caminante y salta la vega del Cidacos, y se pierde con la mirada en el mar abierto de almendros, cuyo manso oleaje la abandona en las laderas de Peña Isasa, donde están “las puertas del infierno” según rezan algunas leyendas, que se yergue desafiante y tentadora en este equilibrado territorio.
La siguiente atalaya que aguarda al viajero es la Ermita del Salvador y restos del Castillo de Herce. Acceder a ellas hará sudar al caminante, más el mirador que descubre cuando llega, compensa con creces sus esfuerzos. La panorámica del soñador pueblo de Prejano entre Peña Isasa y Peñalmonte, la montaña minera, y la visión desde allí del bello mosaico antiguo, de teselas en tonos verdes, pardos y rojizos, coloreados por olivares, almendreras, fincas baldías, huertas o choperas, tornarán el resuello fatigado del caminante, que le provocó la ascensión, en sosegada respiración interrumpida por suspiros de satisfacción


Transitará ahora el viajero por caminos interiores, sin salir a la LR-115, en dirección a Santa Eulalia, final de su encuentro con estos paisajes olvidados, y se enfrentará a la metamorfosis que sufre un territorio cuando el paisano deja de atender las fincas agrícolas o el ganado de visitar los terrenos que antes pastaba o los corrales donde se cerraba. Motivos, muchos: dificultad para el cultivo en laderas aterrazadas, infraestructuras ganaderas carentes de condiciones,… y poco reconocimiento moral y económico a sus singulares productos, así como a su descomunal esfuerzo por mantener vivo el territorio. El resultado, la campiña productiva desaparece y la soledad humana se adueña de la misma… ¿A quién se le puede pedir que mantenga los cultivos, los rebaños, las colmenas…? ¿A las administraciones quizás…? Por qué no… ¿Por qué el medio rural de países europeos como Francia, Italia o Alemania no ha dejado de ser productivo ni se ha abandonado? Creo que los gobiernos, gestores del territorio, tienen mucho que decir… El caminante llegará a Santa Eulalia Somera y, tras preguntar, se dirigirá a la Cueva del Ajedrezado, localizada encima del pueblo, uno de esos columbarios o palomares, que ahora han protegido para evitar su deterioro y el viajero quedará impactado por la fuerza que trasmite la obra allí ejecutada: los espacios comidos a la arenisca, las escaleras y pilares labrados en la roca, los nichos esculpidos en las paredes… cuando salga, el viajero, no lo hará con la seguridad de saber lo que ha visto, pero si con la certeza de que es necesario proteger estos espacios, que se preserven para posteriores estudios y para que sean conocidos por las generaciones venideras.

Y si queréis bordar la visita hacedla al  amanecer o en el ocaso del día, cuando el sol radicaliza las sombras y los contrastes y matiza sin complejos con pinceladas carmesí los cortados rocosos. Es un momento mágico, una conjunción espacio-temporal que invita a dar rienda suelta a la imaginación, os resultará difícil controlarla, vais a recrear e inventar historias ligadas a este paisaje tan singular del Valle del Cidacos.