Recorrí los primeros días de noviembre, en compañía
de un “pastor de paisajes” caminos
que ya poca gente recorre en estas tierras abarrancadas, con laderas
aterrazadas y la mayor parte de las fincas baldías; con cortados fracturados de
conglomerados y areniscas, que eran nuevos para mí entre Herce y Santa Eulalia. Guiado por la animada
conversación y sus pasos conocedores, vigilantes, acostumbrados a trochar por
estos parajes, la vista curiosa fue encontrándose con diversas construcciones
encajadas en los abrigos rocosos, con tipologías pensadas para los fines que
fueron concebidas.
Corrales
excavados en los estratos más blandos que aprovechaban la betas de conglomerado,
más consistente, como techumbre, que se mimetizaban en el paisaje con una tapia
de mampostería que ocultaba y protegía el
ganado que se guardaba.
Ubicaban
los colmenares o “abejeras” en las
cuevas naturales someras que cerraban con colmenas, “piones” o “vasos” en
estas tierras, cestas cilíndricas o troncocónicas (de 20 a 30 cm. de diámetro y
entre 80 y 100 cm. de profundidad) trenzadas con mimbre o caña que servirán de
alojamiento a los enjambres de abejas.
Palomares
o columbarios, trabajosas oquedades labradas en las paredes de arenisca, de
difícil interpretación y que generan,
cada cierto tiempo, polémicas enconadas en congresos y publicaciones, mientras,
estos conjuntos rupestres se hunden o deterioran sin que administraciones,
organismos científicos o culturales, asociaciones o entidades privadas hagan
nada para evitarlo. Tan difícil resulta entender que lo interesante en dichas
construcciones, es el ingente trabajo realizado por los bisabuelos de nuestras
generaciones o por los eremitas de los albores del cristianismo. Luego, una vez
hallamos asegurado que las ruinas no seguirán avanzando, ya nos pararemos a
reflexionar e investigar sobre la época de construcción y fines de los mismos.
Bodegas,
gallineros o cuevas de usos múltiples completan el llamativo e interesante
conjunto de construcciones que aquél día descubrí, acompañado por el “pastor de paisajes”, encaramados en las
paredes de roca roja, manifestaciones de la arquitectura popular que utilizaba
los materiales constructivos más asequibles y las técnicas artesanales que conocían
y dominaban.
Encontrareis estos
habitáculos trogloditas en los cortados rocosos que acompañan, en su margen
derecha, el descenso del río Cidacos por la carretera LR-115 entre Arnedillo y
Autol. De igual manera están presentes estas construcciones en los numerosos barrancos que suben, en dirección norte, hacía
Sierra La Hez. Adentraros en ellos por los caminos que se abren paso en el laberíntico
complejo geológico y que aprovechan la morfología del mismo. Atentos, sin
perder detalle y seguramente apabullados por los numerosos estímulos
paisajísticos que vais a ir descubriendo, es posible que perdáis el rumbo… Mantened
la calma, aquí no hay perdida, tomad alguno de los caminos que sigan cuesta
arriba, más ahora en dirección sur, en busca del
valle que abandonasteis. Tras
numerosas vueltas y revueltas, sorpresas vegetales, animales y minerales,
llegareis hasta alguna de las atalayas que custodian este fantástico valle del
Río Cidacos.
Relajaros
con el panorama, descansad y mirad, dejad que la vista vuele tras las estelas
firmes pero cansinas de los buitres
leonados, o cabalgue encabritada a lomos del cierzo, si este hizo acto de
presencia,… reparad en el vuelo nervioso, corto, de repisa en repisa, de una
figura menuda de color negro carbón, salvo el obispillo blanco que deja ver
cuando vuela (¿Qué es el obispillo…? Interésate por la collalba negra, y seguro que algo encuentras al respecto). Es
difícil que la mirada se detenga en un punto concreto ¿Dónde fijarla…? En las
acuchilladas paredes rocosas o en el remanso hortícola de la vega del Cidacos,
en la prometedora Peñalmonte o en Peña Isasa tan pródiga en leyendas, en
Prejano con su milenario olivar o en los miles y miles de almendros de Autol,
Quel o Arnedo….Son tantos los motivos para mirar.
Es
esta una comarca vitalista que vive con perplejidad y contradicción un debate
permanente entre las actuaciones encaminadas a un desarrollo industrial y
comercial, innovador y creativo, que lidera Arnedo, seguido de Quel y Autol, y
aquellos que proyectan su futuro en la conservación de los valores
etnográficos, naturales y paisajísticos, que representan más las localidades de
Herce, Santa Eulalia, Arnedillo y Prejano. Precisan reinventarse y ser capaces
de hacer compatible ambas opciones, considerar que solo un enfoque encaminado
hacia el desarrollo integral y sostenible del territorio, de la industria y el
comercio, de su agricultura, la
ganadería, de su cultura popular e histórica, podrá mantener en los municipios
del oeste, la vecindad, la capacidad productiva y su calidad de vida y los del este, su empuje económico y evitar un
desarrollismo invasivo del territorio, que degrade el horizonte vital de sus
propios ciudadanos, aunque aumentasen sus beneficios económicos a corto plazo.
Un reto de difícil encaje, pero de indudable atractivo humano, y seguro que
rentabilidad económica a la larga.
El
viajero sube a seis atalayas de la margen derecha
Seguir
el itinerario que propongo y subir a estas seis atalayas historiadas, permitirá
descubrir todos los elementos que he tratado de revalorizar en estas líneas. El
viajero iniciará el recorrido en el Castillo
de Autol, excelente balcón desde donde apreciará la singularidad de los
monolitos esculpidos por las manos caprichosas del río y los meteoros: el
Picuezo y la Picueza,… y la Harinosa ,
proclamaría rápidamente, cualquier autoleño que se precie, pues sólo ellos la
destacan.
Para
llegar al siguiente destino el caminante subirá al consolidado Castillo de Quel que ofrece una visión
muy especial del entramado urbano de la población, en él destaca la Iglesia del
Salvador, construcción barroca adosada al farallón rocoso, al igual que sus
muchas casas cueva, levantadas y excavadas al abrigo y capricho del mismo. Al
frente, la mirada se encontrará con la vega, con sus bodegas cueva al otro lado
del río, y las infinitas plantaciones de almendros que ascienden faldas arriba
hacía la Sierra de Gatún. El
caminante no quedará impasible y regalará algún suspiro cargado de nostalgia.
Ahora
la parada del viajero será en el Castillo
de Arnedo, lo llevan allí cuesta arriba, las callejas del entorno de San Cosme y San Damián y las de Santa Eulalia. Creo adivinar el
fruncido de su rostro, son tan llamativos los desastres urbanísticos y
paisajísticos inflingidos al entorno, tan evidente que esta Ciudad conjuga mal
la fantasía tallada de los cerros (con más cuevas que un queso emmental) como
el de San Fruchos, San Miguel o las yasas que descienden
de los Planos a las calles de la población, con la dureza prosaica escrita con
hormigón hierro y acero en los polígonos industriales o comerciales, las
canteras de extracción de arena o en la baja calidad de su diseño urbano, salvo
detalles aislados.
Y
detrás del Castillo, los Planos,
allí debe subir el caminante y responder a la invitación al paseo que reciben
todos los que visitan este paisaje, que guarda, desde lo alto, las espaldas de
Arnedo. Una proyección de imágenes con enorme poder visual se enfrenta a la
mirada, que devuelve a la realidad al viajero y piensa en el pequeño desembolso
económico que supondrían algunas intervenciones en el paisaje y como beneficiarían
las mismas la belleza integra del mismo… Reiniciará el camino y se dejará mecer
por el oleaje adormecido del mar de almendros por el que transita. Salva las
yasas el caminante y salta la vega del Cidacos, y se pierde con la mirada en el
mar abierto de almendros, cuyo manso oleaje la abandona en las laderas de Peña Isasa, donde están “las puertas
del infierno” según rezan algunas leyendas, que se yergue desafiante y
tentadora en este equilibrado territorio.
La
siguiente atalaya que aguarda al viajero es la Ermita del Salvador y restos del Castillo de Herce. Acceder a ellas hará
sudar al caminante, más el mirador que descubre cuando llega, compensa con
creces sus esfuerzos. La panorámica del soñador pueblo de Prejano entre Peña Isasa
y Peñalmonte, la montaña minera, y
la visión desde allí del bello mosaico antiguo, de teselas en tonos verdes,
pardos y rojizos, coloreados por olivares, almendreras, fincas baldías, huertas
o choperas, tornarán el resuello fatigado del caminante, que le provocó la
ascensión, en sosegada respiración interrumpida por suspiros de satisfacción
Transitará
ahora el viajero por caminos interiores, sin salir a la LR-115 , en dirección a
Santa Eulalia, final de su encuentro con estos paisajes olvidados, y se
enfrentará a la metamorfosis que sufre un territorio cuando el paisano deja de
atender las fincas agrícolas o el ganado de visitar los terrenos que antes
pastaba o los corrales donde se cerraba. Motivos, muchos: dificultad para el
cultivo en laderas aterrazadas, infraestructuras ganaderas carentes de
condiciones,… y poco reconocimiento moral y económico a sus singulares
productos, así como a su descomunal esfuerzo por mantener vivo el territorio. El
resultado, la campiña productiva desaparece y la soledad humana se adueña de la
misma… ¿A quién se le puede pedir que mantenga los cultivos, los rebaños, las
colmenas…? ¿A las administraciones quizás…? Por qué no… ¿Por qué el medio rural
de países europeos como Francia, Italia o Alemania no ha dejado de ser
productivo ni se ha abandonado? Creo que los gobiernos, gestores del
territorio, tienen mucho que decir… El caminante llegará a Santa Eulalia Somera
y, tras preguntar, se dirigirá a la
Cueva del Ajedrezado, localizada encima del
pueblo, uno de esos columbarios o palomares, que ahora han protegido para
evitar su deterioro y el viajero quedará impactado por la fuerza que trasmite
la obra allí ejecutada: los espacios comidos a la arenisca, las escaleras y
pilares labrados en la roca, los nichos esculpidos en las paredes… cuando
salga, el viajero, no lo hará con la seguridad de saber lo que ha visto, pero
si con la certeza de que es necesario proteger estos espacios, que se preserven
para posteriores estudios y para que sean conocidos por las generaciones
venideras.
Y
si queréis bordar la visita hacedla al
amanecer o en el ocaso del día, cuando el sol radicaliza las sombras y
los contrastes y matiza sin complejos con pinceladas carmesí los cortados
rocosos. Es un momento mágico, una conjunción espacio-temporal que invita a dar
rienda suelta a la imaginación, os resultará difícil controlarla, vais a
recrear e inventar historias ligadas a este paisaje tan singular del Valle del
Cidacos.