sábado, 29 de octubre de 2016

Un “cofre” para paisajes





Tomo de nuevo la palabra en el espacio que me brinda este periódico digital y proseguir en mí empeño de dar voz y poner en valor a los paisajes: algunos resultarán cercanos para el lector, reconocibles, mientras que otros, por desconocidos, distantes,… o muy afanados, pueden parecer   ajenos a nuestro territorio o intereses. Mas si resulta cada vez más evidente que los hechos acaecidos en cualquier remoto rincón de nuestro bello planeta nos afectan a todos en mayor o menor medida y que es responsabilidad de todos implicarnos en el desarrollo sostenible del mismo, también lo es, que las actuaciones que se llevan a cabo en muy diferentes lugares para potenciar algunos paisajes o solucionar los problemas que acaecen en ellos, pueden ayudar a encontrar formas propias de intervención en el territorio cercano.

 

 



Un “cofre” para paisajes, el nuevo encabezamiento de la columna de Rioja2.com, parte con la esperanza de que encontréis en este “cofre” (como define el DRAE “caja…, fuerte y resistente, donde se guardan cosas de valor”) paisajes y reflexiones sobre los mismos que permitan a quienes abran estas páginas, tener un juicio diáfano sobre los valores que encarnan los paisajes.



Cuando planteamos ante un foro abierto el valor paisajístico de un territorio, es difícil que la mente de nuestros interlocutores no piense de inmediato en la riqueza natural que ese espacio nos va a mostrar. Identificar paisaje con naturaleza es un binomio que se estima lógico y se encuentra muy arraigado. Cuando utilizamos el concepto paisaje, podemos referirnos a las particulares estructuras geológicas de un territorio, a sus atractivas masas boscosas, y a la rica biodiversidad que encierra,… hablamos del paisaje como riqueza natural de un espacio. Sí, pero también, y utilizando las palabras de Javier Maderuelo (1) “…nos estamos refiriendo a lo más íntimo de la relación de un pueblo con su espacio vital, de un pueblo con su propio país” . Hablamos de su economía productiva, de las costumbres de sus habitantes y de su organización social, de sus hábitos alimentarios o del uso del agua dentro del mismo,… hablamos de la historia de ese territorio.

 

 



Cada día toma más fuerza la necesidad de considerar los paisajes como documentos históricos, y por ello se hace prioritario aprender a leerlos, a conocer las claves de interpretación que nuestros variados, ricos y bellos paisajes encierran. Necesitamos salvaguardar lo que se cuenta en el paisaje de laderas aterrazadas de Lagunilla de Jubera o de Cornago, lo que está escrito en las desprestigiadas almendreras del valle del Cidacos o de Grávalos,… y de tantos otros documentos paisajísticos que se están perdiendo para siempre. Historias que desaparecen y que deberían tener futuro. Las siguientes generaciones deberían poder leer en ellos como lo hemos podio hacer nosotros. A ser posible añadamos nuevos y hermosos renglones a los documentos paisajísticos pero, no los destruyamos.

Por otra parte, quién no tiene la experiencia de que la confluencia de estas relaciones de un pueblo con su espacio vital, dan con frecuencia resultados tan espectaculares que nos llevarían a considerar el paisaje como una obra de arte, capaz por tanto de producirnos emociones tan intensas de agrado o rechazo, como puedan hacerlo la esbelta belleza gótica de la Catedral de Burgos.



 

 

 

Recorrer estos días los caminos del entorno del Castillo de Davalillo, y acercarse con calma, primero hasta la ermita de la Virgen que da nombre al término, ya despojada de los añadidos que desdibujaban la construcción barroca, y después hasta la singular atalaya de origen árabe, te permitirá disfrutar de una panorámica difícil de mejorar: un anárquico tablero ajedrezado de viñedos, culebreado caprichosamente por el Ebro, con Briones, Haro, Labastida o San Vicente de la Sonsierra, que se erigen sobre el terreno para hacer valer sus dominios, aunque es el río el que se hace de valer, porque es el auténtico dueño y señor del espacio. Y por si todo ello fuera todavía poco, estos elementos están celosamente vigilados por el San Lorenzo y el Toloño desde sus aguerridas sierras. ¿Cómo no considerar este asombroso paisaje una obra de arte? Si no lo hacemos, nos resultará muy difícil distinguir que lo es. Qué acertadas me parecen ahora las palabras de León Tolstoi (2) en su poco conocido y polémico ensayo “Qué es el arte”:



  “…Las grandes obras de arte no son grandes sino porque todos pueden comprenderlas perfectamente… Si un arte no alcanza a conmover a los hombres, no es porque esos hombres carezcan de gusto e inteligencia; es porque el arte es malo o no es arte en absoluto.”.

 



 


Llegados a este punto y si tenemos en cuenta las reflexiones anteriores, podemos  afirmar, sin que parezca pretencioso, que debería ser considerado el paisaje como una manifestación cultural de primer orden y como tal gozar del mismo respeto e igual protección que otros bienes culturales como la arquitectura, la pintura o la música.  

Sería también estimulante para el que subscribe esta columna, constatar que con el tiempo, cada uno ha ido llenando su propio “cofre” con sus “joyas” paisajísticas…

 

 

 



(1) MADERUELO, Javier, Una construcción cultural, en el Suplemento cultural Babelia de El País, 20 de septiembre de 2008, p. 17. (Javier Maderuelo es Doctor en Arquitectura por la Universidad de Valladolid, Doctor en Historia del Arte por la Universidad de Zaragoza y Catedrático de Arquitectura del Paisaje en el Departamento de Arquitectura de la Universidad de Alcalá; y coordinador de los cursos Pensar el Paisaje del CEDAN-Fundación Baulas).

(2) TOLSTOI, León, ¿Qué es el arte? (1898), Barcelona, Mascarón, 1982, p.90.