jueves, 1 de agosto de 2013

LA RIBERA DEL DUERO ENTRE CASTRILLO DE LA VEGA Y BERLANGAS DE ROA



UN PAISAJE SELVÁTICO QUE PROPICIA FANTASÍAS EN VINO




Cuando recorría los ordenados planteles geométricos de viñedo, encajonados muchos de ellos como resultado de la eliminación de bastantes de las huertas y alamedas tradicionales en este territorio, que adquiridos por una empresa dedicada a la extracción de áridos y una vez excavadas las graveras,  ha replantado, los grandes vacíos generados, con cepas seleccionadas, dando lugar a este aterrazado paisaje ribereño.
Era difícil imaginar que un poco más abajo, en una franja de terreno, entre los cincuenta y cien metros de anchura, que llega hasta el cauce del Duero, me iba a encontrar envuelto en una apabullante caos vegetativo y acuático, que invitaba a obviar los riesgos que entrañaba su recorrido. Me costó encontrar una vereda que me permitiese salvar el brusco desnivel que separa los cultivos del tramo selvático, me abrí paso por ella entre las zarzas arrogantes y los herbazales empeñados en esconderla y acrecentar así su aislamiento, tanto como mi curiosidad. Los pasos inseguros entre las altas hierbas levantaban en vuelo, además de nubes invisibles de polen de gramíneas, que me provocaban  estornudos, cientos de mariposillas doradas, cientos de pequeñas “hadas polvorillas” que buscaban con rapidez volver a mimetizarse y desaparecer, su aleteo grácil y nervioso, presto al escondite, conferían al amanecer en aquel espacio todavía sombrío un halo de magia tan efímera como ellas mismas. 


Con la luz del amanecer apenas sin estrenar, me acerqué hasta la orilla del río con la capacidad de sorpresa alerta, pues era consciente que sucesos de muy diverso índole podían desencadenarse en cualquier momento, para bien o para mal… ¿Qué era aquello que experimentaba a las puertas de la ciudad de Aranda de Duero, en el corazón de la meseta castellana…? Me encanta encontrarme con estos paisajes escondidos que todavía nos permiten sentirnos inmersos en una aventura cuando los recorremos y entramos en contacto con los diversos elementos que los componen, pues eso era lo que estaba viviendo, una autentica aventura.



Los rayos de sol, apenas desperezados, tan solo acariciaban las copas de los álamos, alisos o fresnos más elevados, mientras, en el bajo sotobosque reinaban las medias luces, estaban cómodamente instaladas las sombras profundas, uniformes, misteriosas, y provocaban al caminar dudas e inseguridad. Desaparecida la senda inicial, buscaba ahora los espacios que parecían ligeramente despejados y que me iban a permitir seguir avanzando hacia la orilla del río y en la dirección elegida, a contra corriente. Tropezaba con ramas ocultas entre las hierbas (me llegaban a la cintura), eran continuos los enganchones en las zarzaleras y las caricias sedosas… que se pegaban al rostro, e iban seguidas del baile nervioso y acelerado de brazos y manos para apartar el baboso tejido o los restos momificados de las victimas y así evitar aquel macabro maquillaje ¿Quién te mandó elegir ese espacio entre los ramajes? – pensaba- si estaba ya ocupado… la luz, tenue todavía, hacía invisibles las trampas de las pequeñas arañas. Era difícil mantener las manos quietas aun sabiendo que la peligrosidad de estas, solo está en los miedos ancestrales a estos artrópodos de ocho patas, lo mismo que ocurre con las culebras, con las que no podía descartar el encuentro en este hábitat. Un resbalón por el talud húmedo y arenoso me hizo alcanzar con brusquedad la generosa corriente del Duero… sin llevarme un remojón.



Llamaban la atención las abocadas raíces de alisos y sauces, los más querenciosos del agua, que enseñaban sus huesudas dentaduras descarnadas por las corriente fluctuantes del río. En ese juego laberíntico, claustral y cavernoso que forman las raíces inundadas encuentran refugio cangrejos y peces de especies variadas, igual que en los remansos acuáticos que propician este ecosistema fluvial asilvestrado. Que lejos han quedado los días, según me cuenta la “Abuela Pilar”, cuando la ribera era totalmente permeable al transito y disfrute de los lugareños: allí bajaban para tomar el agua de los numerosos manantiales, aguas limpias y frías donde abundaban los cangrejos autóctonos, ya prácticamente desaparecidos; comían a la fresca de las saucedas y reposaban del trabajo que una decena de metros más arriba requerían las huertas, con todo tipo de hortalizas, los frutales, con guindas, cerezas, melocotones, manzanas de distintas clases, … y las arboledas.

Ahora, por contra, ya he descrito el aspecto selvático que presenta, los manantiales seguirán existiendo, más fluyen bajo la tupida cubierta de zarzales impenetrables,  saucedas o gigantescos saucos, sus aguas presentan, con bastante seguridad, altos niveles de nitratos filtrados de las tierras de cultivo, donde se utilizan de manera extensiva y sin moderación. Es impensable acceder a este tramo de la ribera del Duero para caminar, no existen espacios limpios donde sentarse a tomar un refrigerio o mirar tranquilamente el discurrir del río , sin los inconvenientes descritos, a los que se pueden sumar un buen número de moscas, mosquitos, tábanos… y algunos mal afamados insectos más. En ella también residen, al amparo del ambiente selvático  grandes cazadores y pescadores (además de los humanos), como los raposos y ginetas por suelos y arboledas, el visón americano (el visón europeo ha desaparecido en esta ribera), la nutria (encontré en un pequeño arenal en la orilla del río rastros y excrementos), la garza real o el cormorán gigante en el agua o en las orillas, el milano negro, águila calzada, gavilán o alcotán (en verano), acróbatas que sobrevuelan esta porción de paisaje y anidan en él. Además nos pueden sorprender en cualquier momento, pues son los más visibles, una corte de pequeños y medianos personajes alados que van a poner voz y movimiento al paisaje: oropéndolas, palomas torcaces y tortolillas, pájaros carpinteros (pito real, pico mayor y posiblemente menor) torcecuellos, martín pescador, mirlos, chochines o petirrojos… Aquí no falta nadie que busque en los setos ribereños el hábitat idóneo. Es increíble te sientes aislado del mundo en medio de estas arboledas con tallos de hiedra que trepan tronco arriba, viñas asilvestradas que cuelgan también de ellos y disfrazan a los álamos y alisos de vetustos ancianos barbados que me hacen pensar en las historias que deben esconder sus clorofílicas memorias y como se podría llegar a descifrarlas.




Te dejas llevar por la euforia, resultado, seguro, de la adrenalina que se genera cuando eres tú el protagonista de la aventura y sabes que, a pesar de tu experiencia, hay parámetros que no controlas. Esa misma euforia, te invita, de manera tentadora, a remontar el río en busca de la nueva sorpresa que te puede reparar el siguiente recodo del Duero.



Estos paisajes están mucho mas cerca de lo que te puedes imaginar. Búscalos y disfruta de tu capacidad de aventurarte en ellos.