sábado, 14 de junio de 2014

En Briones el paisaje recuerda la Toscana





Olía a tierra húmeda por el camino, en los baldíos y en los ribazos los escaramujos, madreselvas, zarzales o hierbas varias, mantenían todavía una miríada de pequeñas gotas emperladas caídas la noche anterior, en equilibrio inestable sobre hojas y flores. Así,  acicalado y fresco se mostraba esa mañana Briones y su entorno, más hermoso y sorprendente de lo habitual… Le resultaba difícil imaginar “al viajero” como luciría el rostro de las bellas panorámicas que conocía, si todo su potencial paisajístico se recuperase como el lugar se merece, si todos sus elementos arquitectónicos, etnográficos, culturales y naturales, que todos se reúnen allí, se pusieran en valor. Si recorrer estos caminos historiados estimula, ahora ya, los sentidos con sensaciones  variopintas, placenteras en su mayoría, también salen a su encuentro nubes sombrías que permanecen en el tiempo, siempre que a los pasos les acompañe una mentalidad crítica, aunque constructiva, asociados a las nefastas intervenciones que sufre el paisaje… 



Mas abandona sus reflexiones para  otro momento, la visión asilvestrada del río que le ofrece el camino señalado con postes del GR 99 - Camino natural del Ebro, que tomó a la salida de Briones por la LR-210 que llega a San Vicente de la Sonsierra, nada más cruzar el puente sobre el ferrocarril, le embelesa. Constreñido entre la vía y el Ebro, observa atónito el discurrir del mismo y siente la presencia selvática de la naturaleza en el soto fluvial que el río ha propiciado en el meandro de Briones: álamos blancos y negros de porte longevo compiten estirados por el espacio y la luz, a la vez que guardan las espaldas de sauces y fresnos más cercanos al tránsito del agua y  los alisos, los más querenciosos de ella, son  los más descarados frente a sus caprichos. Al poco rato se encuentra con los sólidos muros de un edifico arruinado, habitado por zarzales y enredaderas, que tiene por techumbre el follaje frondoso y los florones de blancas flores diminutas de un sauco, acariciados por el río añoran los tiempos de molienda o bataneo… No sabe “el caminante” cual fue su oficio, pero enseguida encuentra a las cansadas paredes un noble destino como oratorio discreto, y sin pretensiones, donde serenar, recrear, desconectar o reprogramar la mentalidad global e interconectada,… un mirador seguro desde donde contemplar la vitalidad del Ebro, sus cambios emocionales y estacionales o el transito permanente de sus residentes habituales, migratorios o circunstanciales…

 Llegado a un cruce destacado, abandona el camino señalado con postes y toma otro amplio en dirección norte que le permitirá conocer las poco nombradas huertas de Briones, en breve espacio de tiempo  se acerca, porque sabe que está allí, oculta tras una tupida cortina arbolada, a la Ermita de San Andrés que apenas deja entrever, avergonzada, el desnudo abandono de sus encantos, que los tiene. No se explica  como santo tan señalado, patrono de Rusia o Escocia, con devociones extendidas por toda la Península y territorios insulares, se le tiene aquí tan relegado y piensa “el caminante” que este edificio con posibles trazas arquitectónicas del s. XVI, que se dirime en litigios sobre su propiedad o la denominación del mismo, tanto él como los muros arruinados de su molino de noble factura, debería de lucir de otra manera en este paisaje tan lleno de historia y tan pegado a la tierra… Sabe, de buena fuente, pues tiene en la Villa buenos amigos, que por la cabeza de algunos vecinos del municipio  rondaron  ideas para reconocerle al conjunto su valía y darle nueva finalidad a esta Ermita de San Andrés,… mas no es amigo “Don Dinero” de fantasías y experimentos y menos si quienes las proponen… son posibles descreídos.

 Alineados y paralelos los “canteros”, equidistantes  los plantones  de pimientos o tomates, lechugas y puerros tempranos, tiernos pero tiesos, plantados por San Isidro, en parcelas cuadriláteras o trapezoidales, que parecen trazadas con tiralíneas, cada planta toma del “surco” su punto de agua y son “escabuchadas” cuando  lo pide el “tempero”. Las huertas son espacios de tranquilidad y sabiduría hortícola, comprobó “el viajero” en sus parrafadas con los jubilados que mayoritariamente las atienden, Paulino, Teodoro o Emeterio (nombres ficticios pues los reales no gustan de papeles) aman la tierra y como a tal la tratan, con finura y destreza de cirujanos,… les duele que haya tantas fincas “llecas”, casillas como sin dueño, “…a los jóvenes no les gusta,… a la huerta hay que tratarla con mimo y dedicarle tanto tiempo como a la novia” le decía uno, “…con esta crisis, algunos han vuelto a preparar la tierra,… y si se enganchan esto es como la droga, no se puede dejar,… pero sano” puntualizaba otro… Él, que escuchaba embelesado a los hortelanos a la par que el trino sin igual del ruiseñor, enramado en un guindal sin poda, observó en el ribazo próximo, junto a la cabaña arruinada, la figura menuda de una comadreja: ágil, inquieta, decidida,… fugaz  ¡Dios…! ¡Cuánto hacía que no veía una...! Se miraban perplejos los paisanos por su alegría al  ver  “ese bicho,… que mejor estaba muerto”. Como convencerles que “ese bicho” era su mejor aliado contra los ratones,… si tienen todavía en sus añadas cabezas las incursiones sangrientas, sobre pollos y huevos, de la alimaña en los remendados gallineros de antaño. Así, recordando el chascarrillo con “el Paulino” o la clase magistral con “el Teodoro” ha llegado a la descuidada Ermita de Santa Lucia, “… y que les arregle la vista”, pues no deben apreciar las deficientes condiciones que presenta esta construcción del S. XVIII, con detalles anteriores, que modula un discurso paisajístico humano y equilibrado: entre las casetas cercanas, las huertas y Briones como regidor del conjunto. No puede el viajero con el poco apego que tenemos, en general, a la tierra, al patrimonio o a las costumbres… La fiesta de Santa Lucia fue  importante en Briones,… seguramente cuando llegaban compradores de lejos a llevarse lechugas y puerros, que lavaban y preparaban para el mercadeo en el lavadero que había dejado atrás, y también esos sabrosos tomates de hoja vuelta que se criaban en estas huertas, de los que solo algún romántico mantiene vivero, con carne tersa, jugosa, sonrosada, su puntito idóneo de acidez y piel fina,… se nos hace la boca agua, “Por el interés… te querían Santa Lucia”. Ahora, donde apenas los jubilados mantienen las huertas,… apenas mantienen tu ermita…


Se marcha pensativo “el caminante” y en el segundo cruce de caminos, a doscientos metros de la ermita, junto a un grupo de casillas de huerta de las mejor conservadas, toma el que lleva hacia el noroeste. A partir de allí, las viñas serán las protagonistas, acompañadas de cereal, algunos almendros aislados faltos de cariño y unos pocos olivos, conformarán este paisaje con Briones, San Vicente de la Sonsierra y Labastida como mirones del territorio y como telón de fondo la sierra de Toloño, amiga de historias y leyendas. Ensimismado con estas fantásticas panorámicas que tanto le recuerdan a la Toscana, llega a un segundo puente sobre el ferrocarril y antes de superarlo se acerca por un camino menos principal, de apenas cien metros, a un balcón incomodo sobre el Ebro salvaje, un soto impenetrable, salvo por la vía del tren que lo bordea o por la central hidroeléctrica de Labastida en la orilla alavesa,  una selva esmeralda, tupido tapiz vegetal trenzado por el río para salvaguardar sus tesoros faunísticos. Resulta incomprensible que no exista un mirador discreto y protegido (no un parque de atracciones) ¿No estamos ante uno de nuestros maravillosos Paisajes del Vino…?  Retoma su andadura, pasa el puente indicado y enseguida se estimula con las bellas estampas de la campiña de Briones.

 En el tercer cruce destacado se reencuentra con el camino señalado con postes que transitará ahora de retorno al pueblo hasta encontrarse, a mano derecha, una senda con cruces ladera arriba hasta finalizar el viacrucis y llegar a la pequeña Ermita del Calvario, construcción reciente cuyo origen estará en las ruinas cercanas o en la conocida como Ermita de San Bartolomé, “el viajero” se siente atraído por esta edificación de aspecto sólido, vetusta, semiexcavada, que ha perdido el sotechado de la parte construida y de la que él no encuentra información relevante, mas reconoce que por algo de dejadez o quizás de romanticismo prefiere sentirla como intemporal y sumida en la duda… Se fija que las máquinas excavadoras han llegado a sus inmediaciones… ¿Van a dignificar, pues el lugar se lo merece, la Ermita de San Bartolomé…? 

Regresa sobres sus pasos y reza, mientras llega a Briones, su propio viacrucis en estos paisajes que le enamoran, vuelven a su cabeza cuando ya está  acabando el recorrido, las nubes sombrías que se ciernen sobre ellos: ha disminuido de manera llamativa la rica diversidad de cultivos que existían en favor, casi en exclusiva, de los viñedos; abandonado un número destacado de casillas de huerta, algunas hasta la ruina, y acondicionado otras con criterios alejados de la arquitectura popular tradicional o del buen gusto; descuidado incomprensiblemente las ermitas que amparan esta agradable campiña humanizada; desistido en el arreglo y mantenimiento de las tapias, muros y regaderas o acostumbrado a la existencia frecuente de pequeños vertederos incontrolados, verrugas en ribazos y riberas que afean rincones señalados de estos serenos y equilibrados espacios; o que decir de la detestable instalación de tendidos eléctricos, que sin miramientos, salvo el interés y beneficio de las “Eléctricas” (¿Cuándo pagarán ellas a los ciudadanos esta “deuda pendiente” tan cacareada por gobiernos y empresas, que arañan de norte a sur y de este a oeste el país?) causan heridas profundas que seccionan la visión limpia e integra de los paisajes… en fin un conjunto de actuaciones que ponen de manifiesto, más allá de los pronunciamientos a bombo y platillo o de la entusiasta promoción, no exenta de precipitación y polémica, de la candidatura a Patrimonio de la Humanidad de los Paisajes del Vino de Rioja, el valor real que para la mayor parte de los riojanos tienen nuestros bellos y valiosos paisajes.


Con la entrada en Briones debería haber finalizado “el viajero” su viacrucis, pero le resulta imposible olvidar los buenos “tragos” vividos con sus amigos en una de las  pequeñas bodegas familiares, habrá cerca del centenar, excavadas en el desplome de Briones hacía el Ebro y con las más hermosas vistas que imaginar se pueda… Y se pone su “cilicio mental” y recorre una de estas calles colgadas sobre el río, un rosario de cuevas que descienden para buscar la frescura y se compartimentan y organizan para fermentar y serenar los particulares caldos riojanos. Una gran parte de ellas camino de la ruina o en ella… ¿No se piensa acometer nunca la recuperación integral de este impresionante y comprometido conjunto de bodegas excavadas? ¡Por Dios…! Sé que me repito ¿A qué nos referimos cuando hablamos de los Paisajes del Vino…? Apoyo la iniciativa  de la candidatura sin reservas, pero también sin componendas.

Sigue en el mapa el recorrido que ha hecho "el viajero"