sábado, 27 de septiembre de 2014

Los azudes del Iregua entre Varea y Alberite





El paraje que hoy recorrerá “el viajero” tiene poco que ver con el territorio abarrancado del Moncalvillo al que hacía referencia la columna anterior. Transitará por un paisaje humanizado en el cual la natura sólo se reserva algunos rincones para mostrar su anárquica creatividad asilvestrada. El río Iregua entre Alberite y su desembocadura en el Ebro, junto a la población  de Varea, refrena su carrera en las pequeñas represas que traban el cauce, remansan sus aguas y posibilitan espacios relajados de serena belleza y rica biodiversidad.



Llega “el caminante” por el Parque del Ebro de la ciudad de Logroño hasta la pasarela, que salva en el Parque del Iregua, el río que da nombre al mismo, próximo al lugar donde desemboca este con el principal. Se propone remontar el Iregua como hacía la antigua vía romana que partía de Varea en dirección a Numancia, mas él llegará únicamente a las cercanías de Alberite. Pretende detenerse en cada azud construido en él para garantizar agua en las acequias de riego o conducirla hasta los molinos o batanes movidos por la potencia hídrica que garantizaba el río, de ellos quedan únicamente algunas ruinas, como vestigios del pasado, esculpidas en el paisaje. Si aparecen, por el contrario, muestras abundantes de su existencia en legajos y documentos de archivo.



Apenas ha recorrido doscientos metros, desde que dejó atrás el puente peatonal que permite el acceso a Varea desde el parque y encuentra ya el primer azud: una pequeña presa que recrea en el parque un espacio donde se respira calma. En el rebalse generado bajo álamos y sauces, enmarcado en un tupido carrizal de aneas, adelfillas y otras plantas acuáticas asentaron sus nidos, los meses anteriores, anades reales, ruiseñores o carriceros, y ahora una nueva generación de pobladores alados adquieren por allí recursos y reservas: unos para el invierno y otros para emprender en breve sus rutas migratorias… Un auténtico lujo para este parque del que hacen uso y disfrutan tantos vecinos de la ciudad.



Retoma el paseo “el caminante”, pasa bajo el puente de Varea por el que transitaba la ya jubilada N-232, el Iregua se muestra pletórico de vida para los paseantes curiosos, pacientes y sin prisas,  vitalidad visible como en los documentales televisivos pero en vivo y en directo. Deja atrás el puente del ferrocarril, interesante obra de ingeniería en piedra, hierro y hormigón cuyo futuro es incierto,… si como presumen los pregonados planes de infraestructuras, el AVE enlazara con esta ciudad... De ahí su faraónica estación. Luego pasa bajo el mastodóntico puente de la Autovía de Circunvalación (…le recuerda a un diplodocus y le gusta) y a menos de cien metros una segunda pasarela salva el río y permite visionar al completo un segundo azud curvo  de grandes dimensiones y que da origen a una acequia de riego para las fértiles huertas de Varea. En el nuevo remanso, el agua sosegada por la luna menguada de cemento posibilita un pequeño soto selvático en medio de la naturaleza amaestrada del parque… Cuan necesarios le parecen “al viajero” estos rincones para repensar y refrenar la agitada actividad cotidiana,… y como echa en falta alguna mesa y bancos en el entorno.



Prosigue su recorrido y abandona el Parque del Iregua por debajo de Puente Madre y se dispone a recorrer la nueva senda para caminantes y bicicletas habilitada en las traseras del Barrio de La Estrella, entre las huertas y las choperas, y con paso presto pues queda trecho hasta llegar a Alberite, observa con agrado el buen hacer de los hortelanos, su minucioso cálculo y geometría en la organización de los cultivos, el trato mimoso de la tierra y las hortalizas,… no puede entender que no se esmeren igualmente en los vallados,  pequeñas construcciones o mobiliario por ellos esparcidos, y probablemente encuentre explicación en los frecuentes robos y el vandalismo que sufren estas huertas… Mas creo, que también habría algo que decir sobre el mal gusto que impera, el poco el aprecio que sentimos por nuestros paisajes cercanos, en los que nos movemos habitualmente, no nos exigimos en el cuidado de los mismos ni somos exigentes con los gestores del territorio… No somos conscientes de que su calidad incrementa nuestra calidad de vida… Como se nota que hoy “el viajero” camina sin agobios pues su cabeza es capaz de componer pensamientos críticos y ello le reconforta.



Al pasar bajo el puente del vial de acceso al Hospital San Pedro desde la carretera de Villamediana, todavía con la pátina y el maquillaje del estreno, observa en él detalles prácticos e interesantes, no así en el puente de la autopista AP-68 que le resulta poco sugerente (…siente “el viajero” atracción por los puentes) Es difícil sentir el río en esta parte del camino, en ocasiones intuimos su discurrir entre las enmarañadas arboledas, y solo algún sendero se adentra en las alamedas entre los arbustos, enredaderas y zarzas, para llegar a su orilla. Son utilizados por los agricultores para llegar al Iregua, colocar las motobombas y tomar agua en las pequeñas represas seminaturales y poder así regar arboledas y plantaciones. Estos azudes han supuesto un trabajo tenaz, para acarrear los grandes bloques de piedra, y esmerado, para que su colocación resulte funcional. Igual que en los anteriores, el estancamiento del río da lugar a parajes excepcionales, donde no debiera sorprender descubrir el rastro del visón europeo en lo alto de alguna piedra o madera señalada de la orilla o encontrar una letrina de gineta en el tronco engrosado de un longevo aliso… Párate y disfruta de estos rincones, adéntrate por alguna de estas sendas, que utilizan también los pescadores en este tramo del río de pesca sin muerte, y te resultará adictivo.




Aún pasará “el caminante” bajo dos puentes menores, en las proximidades de Alberite, y remontará pegado al río un camino que le acercará al último azud que hoy va a visitar. Se encuentra cerca de la población, en el  término del Barborro (tengo que contrastar esta terminología). El lugar hace enmudecer la mente del “viajero”, mira atónito el espectáculo que protagoniza el salto de agua, y se siente  agua acrobática que se zambulle desde lo alto del azud, escucha en la caída su canto monocorde, y lo matiza con notas licuadas robadas al contrabajo que su mente acaricia… No desea levantarse, pero lo hace la vista,… de una de las ramas del aliso, joven, flexible, vigorosa,  sobresaliente hacia el cauce, pende inaccesible una bolsa tejida con destreza, una cuarta de larga por media de ancha, de finas hierbas urdida y pelusas de chopo tapizada, en la media panza hacia arriba un apéndice tubular permitía el acceso al nido al “pájaro arquitecto”, el pájaro moscón… No desea levantarse, pero…




Sigue el mapa que ha recorrido "el viajero" no te defraudara: